El tocho. El inmoralista, del francés André Gide

Queridos amigos, os sabía fieles. Habéis acudido a mi llamada tal como lo hubiera hecho yo a la vuestra. Y sin embargo, llevabais tres años sin verme. Que vuestra amistad, que tan bien resiste a la ausencia, pueda también resistir al relato que voy a haceros. Pues si os llamé bruscamente, si os hice viajar hasta mi residencia lejana, es únicamente para veros, y para que podáis escucharme. No quiero otro socorro que ese: hablaros, pues me encuentro en un punto tal de mi vida que no puedo ir ya más allá. Y sin embargo, no es por lasitud. Pero ya no comprendo. Necesito… Necesito hablar, os digo. Saber liberarse no es nada; lo arduo es saber ser libre…

Así comienza El inmoralista de André Gide. Considerado en la primera mitad del siglo XX un maestro de la prosa francesa y merecedor en 1947 del premio Nobel, da la impresión de que la posteridad no está sentando demasiado bien a la prolífica obra de André Gide, de la que hoy solo se siguen leyendo con cierta regularidad novelas como Los monederos falsos y Los sótanos del Vaticano y alguno de sus libros de memorias o viajes, como el controvertido Viaje al Congo. Entre las que ha resistido los embates del tiempo se encuentra también esta breve novela que hoy comentamos, El inmoralista, publicada en 1902. En ella expresa Gide, mejor que en ningún otro de sus textos a mi juicio, el conflicto que marcó su propia vida, en cuyo transcurso debió desprenderse de la opresiva moral protestante en la que fue educado, para llegar a admitir su homosexualidad.

El inmoralista cuenta en primera persona la historia de Michel, un joven investigador que cae gravemente enfermo en el curso de su viaje de novios por África. Mientras se restablece, concibe un gusto cada vez más acentuado por la vida y por los placeres que puede ofrecer a quien se acerca a ella libre de prejuicios. Tras un periodo de exitosa carrera profesional en Europa, vuelve con su esposa Marceline a tierras africanas, donde aprovecha cualquier oportunidad para liberarse de todo conformismo, llegando incluso a alentar la propensión al hurto de su joven protegido Mokir, en quien advierte la carencia de cualquier sentido moral. Es esta tendencia a disfrutar la vida, por encima de cualquier moralidad, en la línea de la discutible filosofía de Nietzsche, la que lleva a Michel a comportarse, en definitiva, de forma criminal, pues aunque se da cuenta de que el clima africano es perjudicial para la salud de su esposa, no hace nada para salvarla.

Por si este fragmento de la trama no bastara para incitarles a la lectura de El inmoralista, les diré que el autor luce su talento en las descripciones de la naturaleza africana, henchidas de aliento lírico, y muestra un gran pulso narrativo contando la progresiva conversión psicológica del personaje protagonista, a la que el lector asiste sobrecogido y expectante. Una medida del éxito de la obra en su época la da el periodista y político Léon Blum quien afirmó que El inmoralista es “el libro más directo, el mejor construido, más limpio y sencillo de trama” de Gide. La editorial Cátedra puede ofrecerles la versión más reciente de esta turbadora parábola sobre el antagonismo entre la naturaleza y la moral. Nos referimos a El inmoralista de André Gide.

 Javier Aspiazu

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