Por los pasajes de Barcelona con Jordi Carrión

Jordi Carrión se ha recorrido palmo a palmo los más de cuatrocientos pasajes que hay en Barcelona. Inspirado por Italo Calvino y, especialmente, por Walter Benjamin y su Proyecto de los Pasajes, Carrión ha confeccionado, a base de estudio, observación y amor a su ciudad, un mapa alternativo. “Los pasajes (…) son grietas en el modelo de Barcelona. Son ranuras que -unidas-configuran otro mapa de esta ciudad, un mapa que se expande en el espacio hasta los confines que nadie incluye y en el tiempo hasta los orígenes que nadie evoca, para recordarnos la historia, las historias, que ha desechado el relato institucional”, dice. Lo cierto es que, a través de sus paseos, aprendemos mucho de la Barcelona medieval, de su ensanche, de los cambios que se dieron tras las Exposiciones Universales de 1888 y la de 1929 -esta última se notó especialmente en Montjuic-, de la Barcelona de los Juegos Olímpicos y del Forum de las Culturas, de Gaudí, por supuesto, del modernismo. Todo sin perder de vista los pasajes porque asegura Carrión que en ellos está la afirmación y la negación de la ciudad entera: “Si la metrópolis se define por los peatones y los vehículos, la velocidad o el tráfico, el pasaje los ignora, los pone en jaque o, al menos, entre paréntesis”.

Pero los pasajes son también pasajes de libros. Por ello, en este trabajo, entre los capítulos dedicados al urbanismo, digamos, se intercalan fragmentos de otras lecturas que guardan siempre relación con la narración troncal. En conjunto, estamos ante un recorrido por la Barcelona de todas las épocas que revela datos sorprendentes. Me ha resultado curioso, por ejemplo, tener noticia del siguiente trampantojo: para que el Barrio Gótico, tras siglos de hacinamiento y construcciones y epidemias, volviera a parecer auténtico y medieval se fue adornado de forma artificiosa: “Así, la calle del Bisbe, con sus gárgolas de serpientes y centauros y con su majestuoso puente o arco o balcón pasadizo, es un invento de 1929, en plena dictadura de Primo de Rivera.” En los pasajes se encuentra lo inesperado. Por ejemplo, en el Martras, en pasaje en el que vivió durante años, Ouka Lele, fue una especie de embajada de la movida madrileña.  Pero hay más. En el pasaje Robacols se aloja una embajada andaluza, “siempre con flores en la fachada, un auténtico patico cordobés trasplantado”. Los pasajes, en su quietud, ajenos a la aceleración de la calle, guardan también la épica silenciosa de quienes hicieron historia sin escribirla: “Atravesar el barrio del Carmel es subir y bajar una montaña (…) Cuenta el cronista Josep María Huertas Clavería que los vecinos de sus Casas Baratas discutieron durante los durísimos inviernos de 1937 y 1938, en lo más crudo de la cruda guerra civil, si cortaban árboles para convertirlos en leña o pasaban frío pero preservaban el patrimonio: los pinos siguen ahí.”

Los pasajes son callejones entre chabolas, o galerías burguesas, o caminos amurallados que discurren por los huertos, o huecos en zonas industriales. Los pasajes nos hablan de pintores como Miró, que nació en el Pasaje de Crédito, de las lavanderas de Horta, de la burguesía barcelonesa, de anarquistas y republicanos, de escritores, de libreros, de todo un enjambre de hombres y mujeres, dejando paso a otros hombres y mujeres en esos corredores estrechos, que no tienen ningún lado exterior, igual que los sueños, como escribiera el ya mencionado Walter Benjamin. En euskera la palabra pasadizo tiene una segunda acepción, un segundo uso, que va más allá del pasaje y que podemos traducir como suceso, o acontecimiento, incidente o anécdota. De todos esos significados se nutren también los pasajes de este libro hermoso que nos ofrece, desde las entrañas mismas de la ciudad, una perspectiva distinta, totalmente al margen de las tiendas de souvenirs.

Txani Rodríguez

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