“Debemos constituir –y gracias a los progresos científicos lo podemos hacer- una sociedad post-industrial en que el ejercicio de la creatividad de una persona no imponga jamás a otra, un trabajo, un conocimiento o un consumo obligatorio. En la era de la tecnología científica, solamente una estructura convivencial de la herramienta puede conjugar la supervivencia y la equidad. La equidad exige que, a un tiempo, se compartan el poder y el haber. Si bien la carrera por la energía conduce al holocausto, la centralización del control de la energía en manos de un leviatán burocrático sacrificaría el control igualitario de la misma a la ficción de una distribución equitativa de los productos obtenidos… Para ser posible dentro de la equidad, la supervivencia exige sacrificios y postula una elección. Exige una renuncia general a la sobrepoblación, la sobreabundancia y al superpoder, ya se trate de individuos o de grupos”.
Estos son fragmentos de La convivencialidad de Iván Illich. Ensayista austriaco establecido en México, de amplísima formación intelectual, Iván Illich ejerció como sacerdote y profesor universitario antes de secularizarse y dedicarse por completo al análisis crítico de la sociedad contemporánea. Probablemente más conocido para el gran público por La sociedad desescolarizada, el célebre ensayo que dedicó a la institución educativa, su abanico de intereses fue muy diverso, y también se extendió al estamento médico, con otro polémico libro titulado Némesis médica o a la gestión igualitaria de la energía, que abordó en Energía y equidad.
Pero sin duda, el título que hoy les proponemos, La convivencialidad, publicado en 1973, es su obra más importante, aquella en la que expone las fallas de nuestra sociedad y propone alternativas para transformarla. A su juicio, vivimos en una sociedad burocratizada en la que el saber se confunde con el currículum académico, el cuidado de la salud con la institución médica o el ejercicio del poder con la actividad política, convirtiendo a la población en inútil y dependiente en todos estos campos. Además, el objetivo de esta civilización es el crecimiento ilimitado de la producción industrial y, por lo tanto, está condenada al agotamiento energético y a la autodestrucción.
Frente a ella, Illich propone una sociedad desprofesionalizada en la que todos compartamos el poder y el saber. Y plantea alternativas para la supervivencia, que a su juicio, pasan por el control demográfico y la adopción de formas de producción alternativas a la industrial, que utilicen herramientas convivenciales: una tecnología a escala humana que, en lugar de avasallar y programar al individuo, saque el mejor partido de nuestra energía e imaginación, fomentando la autonomía y expandiendo el radio de acción personal.
Escrito por uno de los pensadores más lúcidos del siglo XX, este ensayo imprescindible, adelantado a los planteamientos ecologistas más consecuentes y a la teoría del decrecimiento, nos propone, en definitiva, todo un programa de acción para iniciar la transición social y energética, que nos espera en las próximas décadas, si queremos preservar la vida en el planeta en el marco de una sociedad equitativa. La convivencialidad de Iván Illich.
Javier Aspiazu