Pasado, presente, futuro, abejas y Maja Lunde

Esta novela compuesta por tres historias aparentemente independientes a las que unen las abejas y una sutil trama que será desvelada en la parte final, es una obra ingeniosa, triste, melancólica y levemente esperanzadora. Una novela que descubre a una autora noruega, Maja Lunde, nacida en Oslo en 1975, que sobre todo ha trabajado en la literatura infantil y juvenil y como guionista para la televisión de su país. Esto último se nota mucho en su libro porque abundan los diálogos precisos y las descripciones que parecen estar buscando una cámara que rueda todo lo que se cuenta. Historia de las abejas mereció el Premio de los Libreros Noruegos y ha sido traducida ya en quince países.

Como decíamos antes tres historias se van entrecruzando en la narración, aunque al transcurrir en tiempos muy alejados entre sí, los personajes no interactúan entre sí. La primera historia nos lleva al pasado, a la Inglaterra del año 1852. El protagonista es William, un naturalista fracasado, que prometía mucho en sus tiempos de estudiante, pero al que un matrimonio al principio feliz y luego desgraciado y la necesidad de mantener a su larga prole, le aleja de la ciencia y le hace caer en la amargura. Solo una de sus hijas, Charlotte, dotada de una portentosa capacidad de observación científica, hará que salga de su mutismo y abandono para dedicarse a construir una nueva colmena que permita a los apicultores extraer la miel de las abejas sin dañarlas irremediablemente.

La segunda historia acontece casi en nuestros días y arranca en 2007 en Estados Unidos. Está protagonizada por una familia de granjeros del medio oeste que se dedica a llevar sus colmenas por medio país para polinizar los árboles frutales de las grandes explotaciones. El padre, George, está preocupado porque su hijo y heredero Tom estás más interesado en las letras que en las abejas. Y es entonces cuando comienzan a llegar noticias alarmantes que hablan de la extraña desaparición de las abejas por todo el mundo. ¿Los insecticidas las están matando? ¿Tal vez el cambio climático? ¿O quizás el monocultivo que producía inmensos desiertos verdes casi sin flores? ¿O esos ácaros producidos por el propio ser humano y sus deshechos?

Y la tercera historia nos traslada al futuro, al final de este siglo XXI. Estamos en 2098 y las abejas ya no están entre nosotros. El mundo es un caos. La civilización prácticamente ha desaparecido. Solo en algunas partes de China parece conservarse el orden, en aquellos lugares en los que, a base de mano de obra, se consiguen polinizar los árboles a mano, con miles de disciplinados trabajadores que con pequeños pinceles van polinizando una a una las flores de los árboles. En ese ambiente vive un matrimonio formado por Tao, su marido Kuan, y su hijo de tres años Wei Wan. En su único día de fiesta en meses deciden pasear entre los árboles en lugar de ir a la ciudad a beber y consumir. Pero algo pasa y Wei Wan entra en coma. Las autoridades “secuestran” al niño, y su madre emprende un viaje desesperado a Pekín para recuperar a su hijo y para descubrir qué es lo que ha sucedido. Una distopía terrible.

La novela intercala las tres historias y poco a poco se va apoderando del lector una angustia existencial producto de descubrir lo mal que hemos hecho todo en este planeta desde hace varios siglos. Aunque descubriremos también que está en nuestras manos y solo en nuestras manos llegar a un gran pacto con lo que nos rodea para no acabar matando aquello que nos permite vivir en un mundo maravilloso. Historia de las abejas es por tanto una poética llamada a la acción, pero también una reflexión sobre la importancia de las relaciones entre padres e hijos, sobre lo importante que es transmitir valores y también recordar la herencia y rescatar la memoria.

Se disfruta mucho con este maravilloso libro, aunque en el camino haya mucho dolor, mucho sufrimiento y bastantes vidas desaprovechadas. Pero merece la pena llegar hasta las últimas líneas y ver como encajan todas las piezas del puzzle y asistir maravillados a la sutileza de su parábola final. Hay esperanza si nos ponemos manos a la obra, porque, y este sería el mensaje final, si aportas tu granito de arena, ese granito servirá para que otros puedan llegar a construir el hermoso edificio en el que cabrán todas las generaciones futuras. Nadie es una isla.

Enrique Martín

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