Alaine Agirre, desnudando una vida dolorosa

Bi aldiz erditu zinen nitaz, ama es una carta de amor de la autora a su madre, pero supone también la recapitulación de la vida de Agirre y un fresco de las relaciones que mantiene con sus familiares: padres, hermana, abuelos… El libro, dividido en tres partes a las que se suma un epílogo, arranca con el nacimiento de la escritora de Bermeo, y refiere la depresión postparto que sufrió su madre, algo que hizo que durante sus seis primeros meses de vida fuese cuidada por otra mujer. Veinte años después, cuando se desencadenó la enfermedad mental que Agirre ya ha referido en anteriores trabajos, su madre tuvo, de alguna manera, que volver a parirla: “Baina bigarren aldi hartan ez zenion zeure buruari aukerarik eman depresioa bera sentitzeko. Ezereztu egin zenuen. Bigarren aldi hartan ez zeneukalako haur jaio Berri bat zeure zain, baizik eta hogei urteko zure haurra, iluntasunak janda, psikosiaren sinfonía entzuten eta antsietateak irensten zuela”.

Como decía, la novela es una carta de amor y agradecimiento a su madre por darle la vida y cuidarla, pero también funciona como un ejercicio de expiación y reconciliación. Ulertzen dut aita, zu ulertzen zaitudan moduan, ama. Orain bai, pasatakoak pasata, ulertzen onartzen maitatzen zaituztet”, dice. “Bi aldiz erditu zinen nitaz, ama” tiene también un marcado cariz autobiográfico que nos permite ver que la narradora no expresa sus emociones cuando era una niña, que no conseguía jugar con los compañeros en el patio porque no soportaba la improvisación, que sentía ciertos celos de su hermana menor, que pensaba que los padres no la querían, que echó sobre sus espaladas la urgencia de convertirse en adulta. Sabemos también que se convirtió pronto en una lectora voraz, tanto que sus padres le prohibieron que se pasara el día en la biblioteca. “Orduan -dice- haurrak ez du beste erremediorik jolas orduetan bere istorio propioak asmatzea eta idaztea baino, patioaren izkina batean eserita (…) Ez du beste erremediorik gauetan, gurasoek argia itzaltzen diotenean, hurrengo egunean patioan idatziko duena pentsatzea eta harekin amets egitea baino”. Y así es como aquella niña se convirtió en escritora.

Además de los pasajes dedicados a su madre, encontramos también párrafos sobre otros familiares, como uno hermosa página sobre su padre que remata diciendo “Txiki-txikia nintzenetik hainbat gauza eman dizkit aita: baina batez ere, ametsak”. O este otro sobre uno de sus abuelos: “Aitonak egindako zopak maite nuen txikitan. Kokodriloaren tripak, oiloaren lumak, marrazoaren hortz bat, igelaren begi bat eta erdi, pinguinoaren mokoa, elefantearen buztana… Ez zen sekula amaitzen aitonaren irudimena. Eta nik guzti-guztia sinesten nion”. Tras atravesar una infancia obligatoria, que diría Karmelo C. Iribarren, y una adolescencia complicada, tras enfrentar la enfermedad, la narradora se muestra más serena y confiesa su deseo de ser madre, a pesar de que se lo desaconsejaron. Sin embargo, el deseo que se impone es el de su propio renacer.

En resumen, esta novela, que obtuvo la beca Joseba Jaca, recapitula una vida entera, que se vuelca con honestidad y valentía. Son páginas que cantan al amor y a la compresión, que restañen heridas y conceden un orden nuevo al entorno emocional de esta narradora que con Odol mamituak  mostró sus credenciales, y que llegó para quedarse.

Txani Rodríguez

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