Tomás Bárbulo y su “reservoir dogs” marroquí

Esta es una novela para los que buscan acción sin límites en un libro y, en consecuencia, un buen material de partida para una película sin descanso para el espectador. Cuenta un atraco a cargo de una banda un tanto heterogénea en un escenario exótico con muchas ramificaciones de la acción, saltos continuos en los escenarios, contado todo en capítulos de cinco páginas, con giros abundantes, elementos atractivos para el lector y misterios suficientes. Tomás Bárbulo, su autor, conoce perfectamente los lugares donde sitúa la acción, desde Madrid a Marrakech, porque es un periodista especializado en el norte de África, así que dota a su trabajo de una gran verosimilitud.

Los personajes también brillan por su autenticidad, esos ladrones que como los Reservoir dogs se identifican solamente por un apodo y sus señoras por la variante femenina de los mismos, cada uno con sus peculiaridades, con su carácter, con una buena caracterización y un desarrollo satisfactorio. Y los que les ayudan, y los que les emplean, y los secundarios que aparecen en momentos determinados todos con su función, todos con su importancia. Si en algún momento piensan que algún hecho o alguien parece haber quedado olvidado, no se preocupen porque aparecerá tarde o temprano para mostrar su utilidad en la historia. Y los escenarios destilan realismo, será que algo conoce el autor. Y los ladrones de guante blanco y hasta el experto en alcantarillas.

Bárbulo es un novelista muy eficaz y escribe con soltura, sorprendente para una primera novela. Es capaz de crear momentos de mucha intensidad e incluso de colocar algunas frases resonantes, de esas que marcan a un personaje o a una acción. Por buscarle un defecto se equivoca con los títulos de las diferentes partes que componen la novela. Por decir algo, para que no parezca que estamos rendidos ante una novela que ofrece muchas satisfacciones, pero ya se sabe que al cocinero no hay que ponerle nunca un diez porque el halago ablanda. A los aplausos por la trama, la ambientación y los personajes, hay que sumar la satisfacción por la narrativa y la escritura que dan la medida de alguien acostumbrado al oficio de contar. Un diez, bueno, un nueve y medio.

Félix Linares

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