Entró en la cafeterÃa y comprendà que era el amor de mi vida. No hizo falta que me hablara ni que supiera nada en absoluto sobre quién era. Algo habÃa en aquella figura, en aquella mirada, en aquella sonrisa que me decÃa, que me gritaba… soy para ti…
Bueno, pues asÃ, hasta treinta veces en una tarde.
Roberto Moso