La memoria elegante y detallista de Eduardo Halfon

El protagonista de Duelo -un trasunto del propio Halfon, conocido ya por sus lectores, que van para militancia- decide investigar la misteriosa muerte de un niño de su familia, acontecida años atrás. Para aclarar aquellos hechos, perdidos en la neblina del tiempo, viajará hasta Guatemala, el país donde creció. Ese punto de partida, permite al autor de Monasterio bucear en la memoria y recordar la historia de su familia: “Mi abuelo se había tapado la boca con una mano y me había balbuceado algo en español mientras yo descubría con espanto la dentadura postiza a su lado, sobre la mesa de noche, brillante y rosada en un vaso de agua. Jamás se me había ocurrido que, al llegar a Guatemala en 1946, cuando tenía apenas veinticinco años, después de la guerra, después de ser prisionero en distintos campos de concentración,  mi abuelo polaco había perdido ya todos sus dientes”. Sabremos que sus abuelos paternos fueron judíos árabes y los maternos, polacos; que emigraron primero a Guatemala, y a Estados Unidos, después, cuando el protagonista era apenas un niño; tan joven era que se habituó por completo al inglés y olvidó el castellano. “La lengua es una escafandra”, se apunta en este libro, y se reflexiona sobre lo necesaria que es la lengua para sobrevivir en un ambiente ajeno.

Dotado de una habilidad narrativa extraordinaria, Halfon, uno de los escritores más singulares del panorama literario actual y dueño de un personalísimo proyecto, aborda el tema de la identidad, uno de sus grandes temas, sin ninguna duda. Esa inquietud, filtrada a lo largo de toda la novela -corta, como nos viene acostumbrando-, se manifiesta por claridad en párrafos como el siguiente: “¿Usted no es de por aquí, verdad don? Me preguntó ya sentado y remando hacia atrás con la raqueta roja. Yo me ajusté el poncho en los hombros y tomé un sorbo caliente de café. A veces, le dije sonriendo.” O en diálogos como este: “Dígame, joven, usted y sus hermanos crecieron fuera del país, ¿verdad?, me preguntó don Isidoro mientras emitía un vaho de humo, y yo le dije que sí, que nos fuimos del país de niños, a Estados Unidos, y pasamos muchos años allá. Tantos años, le dije, que a veces siento que ya no soy de aquí.

Duelo está planteado como un doble viaje porque hay un viaje interior, hacia los recuerdos y revelaciones del personaje; y otro físico, a su país natal, a los lugares de su infancia, donde resonarán los ecos de las voces de sus seres queridos. El relato desprende elegancia y fuerza, y alcanza grandes dotes de emoción e intensidad que el guatemalteco conjura, como suele hacer, con pinceladas eróticas o humorísticas. Chejov decía que la verosimilitud está en el detalle, y lo cierto es que Halfon trabaja muy bien el detalle; ese cuidado, es quizás, una de sus mayores fortalezas junto con una intuición, podríamos decir, para saber qué contar y qué no, qué detallar y que obviar.  Duelo es una historia sobre el amor a la familia -también sobre las heridas en las familias-, magistralmente resuelta a través de la particular mirada del autor.

Txani Rodríguez

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