Yo estaba en Laredo, en el circo. Era 1969. Estaba con mi padre, viendo a Pinito del Oro. Algo increÃble. La genial equilibrista canaria hacÃa acrobacias sobre una silla cuayas patas traseras se apoyaban en un trapecio a una altura imposible. Un número único, ensayado al detalle desde la infancia, que habÃa dado la vuelta al mundo en varias ocasiones. No usaba red. Su único posible colchón era su padre, que en todas las funciones contemplaba a su hija desde pista, según se decÃa para evitar que en caso de caÃda lo hiciera de cabeza. Jamás habÃa visto nada comparable. Aquella mujer hacÃa el pino sobre la silla desafiando las leyes de la FÃsica. Se dirÃa que todos estábamos tensos, menos ella. Era imposible no pensar que allà habÃa truco. Y ocurrió lo inesperado. Un movimiento en falso, un grito ahogado y una multitud que de pronto se revoluciona por completo…
No pude ver el impacto, justo en ese momento un codazo me despertó. Era mi hija. Me habÃa quedado dormido viendo el Circo del Sol.
Roberto Moso