En la línea del frente con Aixa de la Cruz

Sofía es una joven que lleva una vida acomodada junto a su novio Carlos. Todo bien. Pero un día, ve en el telediario a quien fuera su amor de juventud: “A Jokin lo escoltaban dos ertzainas y aunque caminaba encorvado lo reconocí al instante”. La noticia eran unos disturbios: un rapero había sido acusado de apología del terrorismo, se había atrincherado en una casa okupa, hubo cargas, murió un joven. “Aquella noche -cuenta Sofía- acusaron a Jokin de haber dejado tuerto a un policía, de un crimen de odio, de terrorismo”.

Este es el desencadenante de la historia que Aixa de la Cruz relata en su nuevo trabajo La línea del frente. Volver a ver a Jokin va a cambiar su vida, tanto es así que la novela arranca con Sofía en Laredo, el pueblo cántabro donde su antiguo amor está preso y con quien ha retomado una relación. Ella, además, está realizando la tesis sobre Mikel Areilza, un escritor exiliado, ex militante de ETA, que descubrió mientras trataba de reconstruir la historia reciente de Euskadi, una historia de la que Sofía se había mantenido ajena. Algo, esa suerte de inacción, que ella se reprocha con dureza: “(…) las pelotas de goma y los tuertos por la patria y los encarcelados con motivo o sin motivo. Todo aquello había pasado, existía en nuestro mundo, en la adolescencia que pasé junto a Jokin. Mientras a mi alrededor la gente elegía un bando u otro, yo elegía universidades y montaba a caballo en el club de hípica”.

La línea del frente se estructura en torno a tres bloques: el primero y más importante es el relato en primera persona de Sofía; el segundo lo conforma el diario de un dramaturgo argentino que conoció a Mikel Areilza; el tercero son las escenas dialogadas, escenas teatrales, en las que se encuentra en la cárcel con Jokin. Habría que sumar un cuarto bloque, menos relevante, dialogado también, que traslada la conversación entre Sofía y su único vecino. Es su único vecino porque la protagonista se instalada en la zona de playa de Laredo, en el edificio Apolo, colindante a Carlos V -seguro que a muchos oyentes les suena- fuera de temporada. “Es la primera vez que visito la urbanización en temporada baja. Como el descampado de una feria cuando se va la feria, como las zonas de bares a plena luz del día, su aspecto es postapocalíptico”. Personalmente, la recreación de ese Laredo ajeno al verano, con las teselas golpeando las fachadas, me ha gustado mucho. También la descripción de la cárcel: “Para sellar esta brecha, edificaron el fuerte de Napoleón, que en 1907 se convertiría en el penal de El Dueso. ¡La cárcel más bonita de la península! ¡Primera línea de playa! ¿No les parece un chollo para los reclusos?”, le explica un guía a la protagonista.

Bien, pues estos son los mimbres principales con los que la bilbaína Aixa de la Cruz erige su novela. El conflicto vasco, la Cosa, que diría Zaldua, está presente en estas páginas que, sin embargo, reflexionan sobre la identidad y sobre la ficción porque hay quien reescribe su propia historia “como quien se somete a una cirugía estética con la identidad”, leemos. Y Sofía quiere conocer qué fue, realmente, de la vida de Jokin durante los diez años en los que dejó de verle, y en cierto modo qué fue de la suya porque en esta historia flota una pregunta: ¿cuánto hay de ficticio en nuestros propios recuerdos, en nuestra autobiografía?

La línea del frente, que también incorpora algún elemento de intriga, es una historia que se lee con fruición, en la que resuena, de forma especial, la voz de Sofía, su punto de vista; una voz que Aixa de la Cruz ha sabido dotar de potencia y verosimilitud; una voz que hará que nos interesemos por qué piensa, qué teme, qué hace esa joven, en la intimidad de su piso de Laredo, una intimidad a la que los lectores podremos acceder, y todos sabemos cómo somos las lectoras y los lectores.

Txani Rodriguez

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