Los desasosegantes cuentos de Joy Williams

He tardado en leer este libro cuatro meses. No es especialmente dificultoso, no es, por supuesto, aburrido, no pertenece a ese nutrido grupo de libros que tienes ganas de abandonar. No, he tardado tanto justamente por lo contrario. Porque no quería que se terminara su lectura y, sobre todo, porque es difícil leer más de un cuento de estos en una sentada, porque todos ellos son tan completos, tan redondos, que no quieres enturbiar su recuerdo con otra narración igualmente intensa. No conocía de nada a la estadounidense Joy Williams, cogí el libro como habitualmente hago todos los veranos, uno de cuentos para leer uno al día y tener para un par de meses. Pero he ido demorando su lectura, quizá, seguramente, porque estos relatos son tan perturbadores, tan inquietantes, que alteran el ánimo del lector. Y producen un daño colateral. Después de leer a Joy Williams cualquier lectura te parece descafeinada.

¿Qué es lo que cuenta Williams? Pues poco y todo al mismo tiempo. Su estilo es muy directo, te presenta a un personaje, lo retrata, cuenta su historia, o al menos la parte de  su historia que conviene a lo que se quiere contar. Después incluye a otras figuras, comúnmente familiares, algún vecino, alguien que despierta el interés del protagonista, alguien que le altera en su rutina cotidiana. Las cosas se complican innecesariamente, se crea una situación tensa cuyos efectos van aumentando, de repente avanza en otra dirección, quizá porque la autora ha descubierto otro interés entre un día y otro de escritura, pero siempre es lógico el cambio, coherente con la historia y con los personajes. Y luego te hace ver que parte de lo contado era subjetivo, que sus criaturas, en realidad, son peores de lo que creías. Y otra sorpresa. O el cuento se acaba.

Pocos autores como Joy Williams son capaces de sorprender al lector con  cosas tan vulgares. Pero, claro, su potencia narrativa es mayúscula. Me contaba Laura Fernández, la escritora y novelista, que la entrevistó, que incluía muchos elementos de su propia vida, los escenarios, las condiciones de vida. Aparecen muchos perros, Joy tiene un par de perros, sabe de qué habla. Me dijo que le había hecho una pregunta tipo que siempre hace a sus entrevistados: “¿Cuál es la lectura que te convenció para dedicarte a esto?”. Le contestó con un título que nunca se ha traducido, pero que contaba un viaje de costa a costa de Estados Unidos. De esos tipos que allí encontró está poblada su literatura. Por cierto es la novela que ostenta el record de ser el manuscrito más abultado que jamás ha sido presentado en una editorial: cinco mil y pico páginas. Lo dejaron en mil y algo.

El estilo de Williams es justo lo contrario, la medida corta, la variación en cada página, la sorpresa a la vuelta de la hoja. Tiene también un curioso detalle. Es el único libro que conozco que menciona, en la misma página, a Stanislaw Lem y a los hermanos Stugarsky, y a su punto en común, Tarkovsky, y a ese trillizo que les creció en Estados Unidos, Kurt Vonnegut, en un relato muy kafkiano, el padre de todos ellos. Eso establece una comunión inquebrantable. Voy a leer más a Joy Williams. Y les cuento.

Félix Linares

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