David Monteagudo, maestro de lo inquietante

Hace ocho años apareció como un ciclón en el panorama editorial español un autor desconocido. Se llamaba David Monteagudo y su primera novela, Fin, se convirtió en un éxito inesperado. El libro, que se vendió gracias al boca a boca de los lectores, convirtió a su autor en una referencia de la literatura de género fantástico. Incluso dio lugar a una versión cinematográfica dirigida por Jorge Torregrosa. Lo más curioso del caso es que para entonces Monteagudo, nacido en Vivero, Lugo, en 1962, pero que vive en Cataluña desde los cinco años, tenía 47 años, y hasta entrar en la cuarentena no había sentido la llamada de la literatura. Por entonces trabajaba en una fábrica de cartonaje. Luego llegarían otras tres novelas, Marcos Montes, Brañaganda e Invasión. Y ahora publica otra novela, Crónicas del Amacrana, que bascula entre el fantástico y la ciencia-ficción, y que funciona como un conjunto de relatos encadenados por una historia o un ambiente común.

Como sucede en todas las historias de Monteagudo, en los relatos que componen esta novela se nos describe una situación cotidiana, que acontece a personas normales, y que poco a poco va derivando hacia la extrañeza, lo fantástico, lo terrorífico, todo junto o nada de esto. En la primera historia, por ejemplo, un niño de vacaciones va en busca de su padre que se ha adentrado en el bosque y se topa con un ser luminoso, que bien podría ser el propio padre con una linterna. En la segunda un hombre descreído se ve arrastrado por un compañero de trabajo a la reunión de lo que parece una secta, donde ocurren cosas fantásticas o que lo parecen. En la tercera un ciclista se encuentra ante una moto accidentada y sus dos moteros muertos o gravemente heridos, a los que sigue otro accidente aún más terrible: ¿o no han sido dos accidentes? En  la cuarta historia una pareja huye hacia la frontera ante el inminente estallido de una guerra civil: ¿pero es todo real o ha sido un sueño? En la quinta una mujer que ha sido elegida consejera de una importante empresa multinacional participa por primera vez en su consejo de administración y todo se vuelve sangriento: ¿o se lo está imaginando en su mente por la presión? En la sexta un trabajador encargado de cerrar todas las noches su empresa se encuentra con una brigada de seguridad que cierra a cal y canto el edificio donde trabaja y al que parece hacer volar: ¿vuela de verdad? Y en la séptima y última historia el niño de la primera se ha convertido en una especie de comisario-científico que trabaja para una corporación que busca personajes extraordinarios, superintuitivos, que pueden hacer cosas extraordinarias con su mente.

Lo mejor de las historias de Monteagudo es que no lo deja todo mascado, sino que permite al lector crear su propia película. Porque el autor se mueve entre lo posible, lo imposible y la paranoia, de tal manera que el sentido final de las historias puede ser uno o muchos. Además permite que el lector decida también si todo lo que ha leído forma parte de una misma historia o son relatos que no forman parte del mismo argumento. Eso sí, la esencia de todos los relatos es la misma, el miedo: miedo a perderse, a ser abandonado, a la guerra, a lo extraordinario, al dolor, al desamor, a lo desconocido, a perder un status, a lo nuevo, a los diferentes… Es raro lo que escribe Monteagudo, aunque lo raro parte en su caso de lo cotidiano, y eso claro da un miedo “que te cagas”. La irracionalidad al poder.

Enrique Martín

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