Fernando Aramburu, autorretrato sin retrato

Tras el abrumador éxito de Fernando Aramburu con Patria, el autor donostiarra ha querido publicar un libro totalmente diferente. Si Patria era una mirada hacia el exterior, hacia la sociedad que le rodeaba en un tiempo determinado (aunque en ausencia, pues él ha vivido en Alemania), su nuevo texto (que podría haber estado escrito hace mucho tiempo) es una mirada hacia el interior, hacia el personaje Fernando Aramburu al que se disecciona como a un extranjero del que hay que recelar, pero al que hay que acabar comprendiendo e incluso queriendo porque, a la fuerza, hay que convivir con él.

Aramburu hace entonces lo que promete el título del libro un “autorretrato” sin él, un vistazo a uno mismo desde fuera, sin apasionamiento, aunque con un cierto cariño. Es decir, que nadie espere que el autor cuente muchas cosas en primera persona sobre sí mismo, porque ya nos dice desde el principio que va a hablar del tal Aramburu como de “otro mismo”. Un pequeño juego, pero un juego más interesante de lo que pueda parecer en un principio, porque al final quizás el autor no hable mucho de sus interioridades, pero sí vamos a conocer a las personas que le rodean (físicamente e intelectualmente) y lo que piensa sobre algunos asuntos que le interesan.

Formalmente el libro se nos presenta en pequeños capítulos, como escuetas entradas, de un par de páginas, sin el orden cronológico de un diario, que se ordenan como le ha dado la gana al autor, como un caleidoscopio de sensaciones. Vamos a conocer un poco a las personas que le rodean, a su padre, su madre, una vieja novia, su hija Cecilia, algunos amigos, varios parientes queridos, su mujer alemana La Guapa (muy someramente, como si le hubiera dicho “no me pintes en tus cosas”), su hija Isabel, el primo Enrique y su sable, García Lorca, la manzana que siempre le acompaña, Albert Camus, el grupo Cloc e incluso al propio Aramburu en la tumba.

También vamos a disfrutar con algunas reflexiones. Sobre la vista desde la ventana de su despacho; sobre la depresión y el retorno al hogar; sobre la niñez que nos habita; sobre la lectura; sobre la infancia y el mar; sobre el asesinato terrorista y la indiferencia; sobre la belleza; sobre la naturaleza y las palabras; sobre el amor y la soledad; sobre la música; sobre aportar a la Humanidad lo poco que puedas dar; sobre la cama y la religión; sobre los besos y la juventud perdida; sobre la poesía y la lluvia; sobre el alma y la vida; sobre la lengua castellana; sobre los pájaros; sobre la compasión; sobre el alcohol y la pasión por los libros; sobre el arte de morir; sobre una bofetada en 1971; sobre la pasión por los niños; sobre la amistad perdida; sobre las compañeras; sobre el atardecer de la vida; sobre el “casi” morirse; sobre la sidra; sobre las personas que uno no fue; sobre el yo.

Aramburu nos deleita con un libro precioso en el que amaga pero no da, en el que intuimos más que vemos, en el que disfrutamos con su prosa delicada y precisa. Estamos ante un retrato personal en el que no se descorre del todo la cortina de la intimidad. Nos gustará leer el autorretrato definitivo, aquel en el que aparezca descarnadamente Fernando Aramburu.

Enrique Martín

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