Joël Dicker, insistiendo en la fórmula ganadora

La sabiduría popular asegura, en contra de lo que dicen quienes no la han logrado,  que si consigues la fama ya no tendrás que esforzarte en mantenerte en ella. Y Martin Amis asegura que nadie puede destruir a alguien famoso, salvo él mismo. Joël Dicker consiguió ser reconocido como un autor interesante a raíz de la publicación de La verdad sobre el caso Harry Quebert. Esta era la segunda novela de Dicker, que ya había publicado anteriormente Los últimos días de nuestros padres, con gran esfuerzo y dedicando mucho tiempo al empeño. Pero Harry Quebert le puso en el mapa de los triunfadores, así que desde entonces da a la imprenta, puntualmente cada tres años, una nueva novela. En 2.015 El libro de los Baltimore y ahora La desaparición de Stefanie Mailer.

¿Qué es lo que ofrece Dicker? Básicamente misterios por resolver, en gran cantidad, y amontonándose en las páginas de sus novelas. Hay aquí un asesinato que inmediatamente remite a otros asesinatos cometidos tiempo atrás. Los policías encargados de aquel caso fueron advertidos de que no lo habían cerrado correctamente, que el supuesto culpable era inocente y que de aquellos polvos estos lodos. Y entonces la periodista que cuenta eso, desaparece. Otro cualquiera hubiera utilizado cien páginas para contar todo eso, pero Dicker tienen muchas más trampas que plantear, así que en veinte páginas ya nos pone en marcha y cada media docena de ellas da un giro a la historia y se permite continuos cliffhangers para mantener entretenido al lector.

Es un subgénero que tiene varios ejemplos recientes, como El cuarto mono de J. D. Barker donde se supone que el asesino muere en las primeras páginas, o El día que se perdió la cordura/El día que se perdió el amor, el díptico escrito por Javier Castillo. O las historias de John Verdon protagonizadas por el expolicía David Gurney, y que partiendo de Sé lo que estás pensando han alcanzado ya los seis volúmenes. En casi todos los casos se trata de retroceder en el tiempo y añadir capas a la intriga, en un sentido o en otro. Puede que ustedes piensen que esto es algo nuevo y declaradamente revolucionario en la literatura, pero ya lo hacía hace cincuenta años y mas, Francisco González Ledesma, primero como Silver Kane en novelitas de “a duro” y después con su propio nombre en novelas ganadoras de premios. Quien le iba a decir al bueno de Paco que, tantos años después se iba a convertir en tendencia.

Pero, ¿a todo esto merece la pena leer a esta buena gente? Bueno, esto es ya cuestión de cada lector. A mí reconozco que me aburren tantas vueltas y revueltas, muy forzadas en su mayoría, rozando lo fantástico, que nunca van más allá de la propia intriga, que no necesitan de la caracterización de los personajes, ni la más mínima reflexión, ni la verosimilitud de lo que ocurre. La incredulidad de los lectores ha sido suspendida y ya podemos poner lo que nos apetezca. En ese sentido La desaparición de Stefanie Mailer es un ejemplo de cómo se puede aburrir al lector a base de entretenerle. En el año 41 del pasado siglo hicieron una película, titulada Loquilandia, en la que los chistes no daban respiro al espectador. Fue un fracaso porque hay que dar al consumidor algo de oxigeno para que pueda recuperarse de la humorada, del susto, del impacto, de lo que sea. Y eso que los lectores pueden marcar su propio ritmo. Pero, ya digo, es difícil aguantar la tormenta de sorpresas repetitivas, forzadas, difícilmente creíbles, que Joël Dicker deja caer sobre nosotros. En cualquier caso, como siempre, el lector tiene la última palabra.

Félix Linares

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