“Mi verdadera historia del Imanol faquir”, dijo Harkaitz Cano

Lo apodaban “faquir” porque dormía boca arriba, con los brazos cruzados sobre el pecho, y con unos calzoncillos blancos, pero el público lo conoció como Imanol Larzabal, y en la novela Fakirraren ahotsa, que acaba de publicar Harkaitz Cano, se recrea su figura bajo el nombre de Imanol Lurgain. La labor de documentación en la que durante años se ha empeñado el escritor de Lasarte se cristaliza en este libro de una manera asombrosa ya que el escritor reconstruye la vida de Imanol de manera no solo emocionante y verosímil, sino que lo hace acercándose todo lo posible a la realidad.

La vida de Imanol es conocida, al menos, entre algunas generaciones, pero conviene resumirla: nació en Donostia, en el seno de una familia humilde. Comenzó a cantar muy joven, y muy joven también empezó a ofrecer sus primeros conciertos clandestinos. En 1967, entró a colaborar con ETA, aunque como señala Cano en el libro, desde el principio dejó claro que no cogería un arma nunca. Un año después, pasó seis meses en Martutene acusado de terrorismo. Imanol, se exilió a Francia, y tras la amnistía de 1977, siendo ya un cantante conocido, regresó a Donostia. Su compromiso político se mantuvo intacto, aunque sus conciertos en castellano por la margen izquierda le granjearon cierta fama de españolista. En el año 1985, Sarrionandia se fugó de Martutene escondido en uno de los altavoces que se habían instalado para un concierto de Imanol. El cantante quedó en libertad sin cargos. Un año después, participó en el homenaje a Yoyes, y comenzó a recibir amenazas. Algunos de sus antiguos amigos también le dieron la espalda. Participó entonces en actos de la plataforma Basta Ya, y, finalmente, en el año 2000 se va de Donostia. Murió en Orihuela en 2004.

Fue la suya, sin duda, una vida novelesca, y precisamente por ello, quizá, a priori, suponga un reto complicado escribir una buena novela con esos mimbres. Sin embargo, Cano ha sido capaz de crear una potente obra narrativa. La historia la relata un narrador omnisciente, capaz de introducirse en lo más profundo de los personajes, y capaz también, de adelantar, algunos acontecimientos futuros. La novela se abre con una conversación entre un escritor y un técnico de sonido, Pharos; después, da un salto en el tiempo hacia atrás para reconstruir la vida del cantante, para, por último, redondear  un final circular.

Fakirraren ahotsa nos deja la sensación de haber conocido a Imanol. Sabremos de sus gustos musicales, de su amor por la lectura, de qué tipo de mujeres le gustaban, sabremos de su amistad con Paco Ibáñez (una figura importante en su vida), de su conexión casi espiritual, como de alamas gemelas, con Yoyes (Lurdes Arakis en la novela), de su desapego por lo que encierra el concepto “colectivo”, de su afición por los chistes gruesos, de sus hondas convicciones que le hacían tocar allí donde se le reclamara sin atender a su caché, de los miedos que lo convertían en alguien valiente, y de su extraordinaria generosidad. Hay una escena brutal en la que Cano narra cómo Imanol cruza la frontera con todo el dinero que había obtenido de la venta de las 10.000 primeras copias de su primer disco. Lo entrega todo, tanto es así que luego no le queda ni para comprarse una cerveza en el viaje de vuelta. Imanol Lurgain dice que nadie, salvo la persona que lo recibe en Barcelona, un viejo conocido, se lo agradeció jamás. Pero Cano no sucumbe a la hagiografía y lo describe también como alguien inmaduro, con bastante ego, poco cuidadoso con sus músicos, e incapaz de alegrarse del éxito de la cantante que le hacía los coros, Ainara Irazoki en la novela.

La historia de Imanol atraviesa varias décadas y distintos escenarios, y todos son descritos o evocados por Cano con una habilidad extraordinaria. El París de los años 70 cascabelea en estas páginas a través de los conciertos, de los museos, de las librerías de izquierdas; los años 80 a este lado de la frontera, aquella efervescencia, es condensada en un párrafo magistral en el que podemos leer frases cargadas de intención como la siguiente:  “Demokrazia heldu da, xaboi eta detergente berriekin“. Donostia, elegante siempre, mira hacia París con melancolía, y el ambiente de los pueblos, un tanto opresivo, se pincela también con eficacia.

Cano, en definitiva, ha unido una titánica labor de documentación a su talento, y ofrece como resultado la recreación minuciosa y emocionante de una vida que sería novelesca si no fuera porque fue la vida real de un hombre real en la que se concentra, con sus luces y sus sombras, parte de la historia sociopolítica reciente de este país. Por todo ello, Fakirraen ahotsa se convierte, desde el momento de su publicación, es uno de los libros más importantes de cuantos se han escrito en euskera estos últimos años.

Txani Rodríguez

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *