Hermosilla, Hermosilla, Hermosilla

A veces hay que hacer caso de las recomendaciones de los editores, aunque sean de sus propios libros. Sobre todo cuando estas recomendaciones provienen de gentes que viven con pasión, y conocimiento, el hecho literario como, por ejemplo, Víctor Gomollón, el editor de la magnífica editorial aragonesa Jekyll&Jill. Cuando nos envió este libro, El jardinero, del escritor murciano Alejandro Hermosilla (Cartagena, 1974), un doctor en Literatura Comparada que ha publicado otras dos novelas, Martillo y Bruja, nos hizo llegar unas letras en las que decía, entre otras cosas, que este nuevo libro de Hermosilla compone una incendiaria novela situada en un tiempo sin concretar que es, en realidad, un reflejo de las relaciones de poder modernas y la esquizofrenia actual. Una metáfora de esa incertidumbre contemporánea que iguala a víctimas y culpables y transforma los más elementales actos de la vida cotidiana en perversiones”. No puedo estar más de acuerdo.

El jardinero es un libro desasosegante y enfebrecido. Un descenso a la naturaleza del mal, un aparente enfrentamiento entre señor y vasallo, noble y jardinero, en el que los papeles se confunden y trastocan, y en el que el lector se ve obligado a contestar a una pregunta que le martillea constantemente: ¿quién es el que manda y quién es el mandado realmente? Una pregunta con trampa, porque en el fondo todos sabemos que los que mandan son los que ejercen el poder para su beneficio. La novela transcurre en un tiempo indefinido, que a veces se asemeja a la Francia prerrevolucionaria de finales del siglo XVIII, que a veces nos remite a la Inglaterra de los años treinta con sus nobles fascistas y que otras veces parece entresacada de un mundo actual o cercano en el que, en plena crisis, los “señores multimillonarios” se aprovechan de sus trabajadores privados de derechos. Un mundo que nos llega a través de una primera persona desquiciada y engañosa, la del joven amo que se enfrenta al jardinero indolente y provocador, al que “no pueden despedir” por un contrato leonino. Hay un condado, un castillo, unos nobles, unos jardineros y gente que trabaja y vive alrededor. Y hay un ambiente ponzoñoso, que a veces se aclara y parece hacerse luminoso, hasta que de nuevo se oscurece hasta la náusea.

Estamos ante una novela de tesis, una novela ideológica, política, en el mejor sentido de la expresión, que molesta, araña, intimida, que nos hace pensar, en estos tiempos de pensamiento light, brocha gorda y tweet fácil, incendiario y sin contenido alguno. Una novela extraña que además se ve aderezada con comentarios y extractos sobre libros de jardinería, reales, escritos por botánicos de prestigio que recorren la Grecia y Roma clásicas, la Holanda de los primeros horticultores o la Francia de los grandes jardines y en la que también encontramos referencias a pensadores de la Iglesia como San Agustín y a grandes pintores como El Bosco.

Ficción, jardinería y lucha de clases en los tiempos de la infamia. Una novela inclasificable que enseña que pensar es necesario y revelador, dolorosamente revelador. Por cierto, la portada con una ilustración del salmantino Tomás Hijo, es una de las más impresionantes que hemos visto recientemente en el mercado del libro español.

Enrique Martín

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