El tocho. El despertar de Kate Chopin

Edna Pontellier no habría podido decir por qué, si deseaba ir a la playa con Robert, había empezado por negarse, para enseguida obedecer sumisa uno de los impulsos contradictorios que la empujaban.

Cierta luz empezaba a despuntar lentamente en su interior, la luz que muestra el camino, y a la vez, lo prohíbe.

En aquel momento la desconcertaba. La llevaba a soñar, a meditar, y a la borrosa angustia que le había invadido la noche anterior, cuando se abandonó a las lágrimas.

En resumen, Mrs. Pontellier estaba empezando a ser consciente de su posición en el universo como ser humano, y, como individuo, a reconocer sus relaciones con el mundo que la rodeaba y su propio mundo interior. Esto podría parecer la pesada carga de la sabiduría descendiendo sobre una joven de veintiocho años; tal vez más sabiduría de la que el Espíritu Santo está dispuesto a conceder a las mujeres”.

Este es un fragmento de El despertar de Kate Chopin.  Recuperamos hoy a una extraordinaria escritora estadounidense olvidada durante décadas. De cultura bilingüe, por el origen francés de su madre nativa de la Louisiana, y poseedora de un amplio conocimiento de la literatura europea, Chopin era ya una autora conocida y apreciada, gracias a otra novela y dos libros de cuentos ambientados en Nueva Orleans, cuando en 1899  publicó su segunda novela, El despertar, hoy considerada su obra maestra. Entonces, el rechazo crítico fue casi unánime, a pesar de la calidad literaria de la obra. Pero este repudio, como bien destaca la traductora y prologuista Olivia de Miguel, fue ideológico, motivado por los prejuicios morales de la época. Lo que los críticos no perdonaron fue que Edna Pontellier intentara ser una mujer emancipada, absolutamente independiente, descuidando, incluso, los deberes maternales.

El argumento es sencillo: Edna pasa las vacaciones con su marido y sus dos hijos en una isla cercana a Nueva Orleans. En ella conoce a Robert Lebrun, el hijo mayor de la dueña de los establecimientos hoteleros, del que se enamora. Tras las vacaciones, de vuelta a la ciudad, Edna decide dar un giro completo a su vida. Retoma su carrera como pintora, en la que trabaja con ahínco y aprovechando un viaje de negocios de su marido, financiero de éxito, abandona la mansión familiar y alquila un pequeño apartamento donde se deja seducir por un conocido gigoló. Sin embargo no teme el escándalo, ni las enojosas explicaciones: “Pasara lo que pasara, había decidido no pertenecer a nadie más que a sí misma”. Pero aun más repudiables resultaron los sentimientos titubeantes de la protagonista hacia sus hijos, a los que “quería de un modo desigual e impulsivo. A veces los hubiera apretado apasionadamente contra su corazón. Pero otras veces los hubiera olvidado… Por ellos daría dinero, daría la vida, pero no se daría a sí misma”.

El sueño de independencia total de Edna acaba de forma trágica, en un final que me ha parecido lo más artificial y excesivo de una  novela, escrita con una destreza y agilidad soberbias, tanto en el rápido trazado de los personajes, como en las poéticas descripciones de la naturaleza. El tema del adulterio y el desenlace trágico parecen emparentar a esta obra con Madame Bovary, pero en mi opinión, el personaje de Edna, tan firme y decidido, debe aún más a la Nora de la Casa de Muñecas de Ibsen.

En cualquier caso, estamos ante una novela espléndida, adelantada a su tiempo en la concepción de la mujer como ser plenamente autónomo, que no se redescubrió hasta los años 60 del siglo pasado. Encontrarán El despertar, de Kate Chopin, en Hiperion y Alba Editorial.

Javier Aspiazu

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