El tocho. El Mefisto del alemán Klaus Mann

“¡Es algo indescriptible! Caen ministerios y se crean otros nuevos, pero tampoco hacen nada. ¡Qué cosa terrible! En el mismísimo palacio presidencial del mariscal Von Hindenburg, los grandes latifundistas, conspiran contra una república temblorosa. Los demócratas aseguran que el enemigo está a la izquierda. Los responsables del orden público, que se dicen socialistas, ordenan disparar contra los obreros. No se hace nada, por acallar los desagradables ladridos de quien diaria e impunemente reclama la picota y el fin sangriento para el “sistema”. ¡Es lo nunca visto! ¿Y no lo ve el  cómico al que tan bien paga ese mismo sistema, tan maldecido por aquel infame perro de presa (Hitler)? ¿No se da cuenta el actor Höfgen de que los espectáculos que tan ambiguamente protagoniza tienen un fondo macabro, de que la farándula a cuya cabeza se pone alegremente se balancea fatalmente sobre el abismo?

Este es un fragmento de Mefisto de Klaus Mann.  Recordamos hoy todo un clásico del más talentoso y atormentado de los hijos de Thomas Mann. Nada menos que cinco de los seis vástagos del Nobel alemán se dedicaron a escribir, siguiendo el ejemplo del padre. De entre ellos, fue Klaus el que alcanzó un mayor reconocimiento, con varias de sus novelas, entre ellas la que hoy recomendamos, adaptadas al cine.

Mefisto se editó en Holanda, en 1936, a causa de la censura nazi impuesta a un texto con una clara vocación crítica de la brutal deriva política que vivía Alemania, donde no se pudo leer hasta veinte años después. Los personajes que en ella aparecen, según Klaus Mann, representaban tipos, no retratos. Pero no es difícil advertir que el autor se basó en la vida de su cuñado, y ex-amante, Gustaf Grundgens, actor que alcanzaría enorme éxito y cargos institucionales muy relevantes bajo el régimen nazi. Klaus Mann nos cuenta la imparable ascensión del actor, dándole el nombre ficticio de Heindrik Hofgen, desde el Teatro de los Artistas de Hamburgo, donde se inicia como actor y director de talento, hasta llegar al éxito clamoroso en el cine, y en el teatro de Berlín interpretando, sobre todo, a Mefistófeles.

El autor convierte a Mefisto en una inquietante metáfora de Hitler y del nazismo. Del mismo modo que el demonio creado por Goethe acaba poseyendo el alma de Fausto, el nazismo seduce y acobarda a gran parte del pueblo alemán privándole de la libertad y la cordura. Así también, el actor Hofgen se deja cortejar hasta llegar a ser el favorito de Gohering, pero en el camino ha perdido sus convicciones comunistas, el amor de Bárbara, su esposa, y la propia estima. Junto a su indudable valor testimonial, resulta sorprendente la clarividencia de esta obra, en la que se imaginan ya hecatombes inminentes, como asegura otro personaje, el poeta Peltz, místico de la violencia, quien ve: “¡Chimeneas en el horizonte, arroyos de sangre en todos los caminos, y un baile de posesión de los supervivientes, de los aún libres, alrededor de los cadáveres!”.

Lejos del tono clásico e intelectual de su augusto padre, Klaus Mann escribe con un estilo gráfico y urgente, entre la ironía y el sarcasmo indignado, dando una gran vivacidad a este relato premonitorio. Su lúcida advertencia cayó entonces en saco roto, pero hoy, con el auge de los nuevos fascismos, debería ser una lectura crítica de referencia. Se puede encontrar Mefisto, de Klaus Mann, en la editorial Debolsillo.

Javier Aspiazu

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