Lola Robles, las lenguas, la galaxia y todo lo demás

Todos los que amamos el género de la ciencia-ficción nos encontramos bastante alicaídos. No solo porque hayan desaparecido casi todas las colecciones que había en nuestro mercado dedicadas a este género, que eran muchas, sino porque cada vez es más difícil encontrar historias que desde el futuro nos hablen de nosotros mismos, desde ópticas diferentes, ingeniosas, inteligentes y entretenidas. Además, muchas veces se nos vende fantasía heroica del montón como ciencia-ficción, lo que ha hecho abandonar el género a muchos aficionados. Pero entre tanto desastre hay motivos para la esperanza.

Por un lado está la nueva ciencia-ficción que ha surgido con fuerza en países asiáticos, sobre todo en China (ahí está el fenómeno Liu Cixin). Y por otro lado está la aparición de una generación de mujeres que, tomando el testigo de veteranas como Ursula K. Le Guin, Octavia Buttler, Margaret Atwood, Joanna Russ o James Tiptree Jr., están dando perspectivas de género a historias con demasiada testosterona. En España ha aparecido recientemente una editorial que solo va a publicar ciencia-ficción escrita por mujeres, la editorial Crononauta. Comenzó con la estadounidense de origen nigeriano Nnedi Okorafor y ha seguido con la reedición de una vieja novela de la gran escritora del género en España, Elia Barceló, Consecuencias naturales. En medio ha recuperado una pequeña joya, la novela breve El informe Monteverde, de una autora del género no muy reconocida, Lola Robles.

Lola Robles nació en Madrid en 1963, se licenció en Filología Hispánica y lleva publicando desde hace veinte años. Ha escrito cuentos y novelas, pero también bastantes ensayos. En su obra, muy combativa, se entremezclan de manera natural el pacifismo, la ecología y el feminismo. En 2017 ganó dos premios Ignatus (los premios de la ciencia-ficción española) por el artículo Escritoras españolas de ciencia-ficción y por el ensayo En regiones extrañas: un mapa de la ciencia-ficción, lo fantástico y lo maravilloso. El informe Monteverde se publicó originalmente en 2005 y la autora, para su reedición, lo ha revisado y añadido nuevos capítulos.

El informe Monteverde cuenta la historia de una lingüista, Rachel Monteverde, que es enviada desde la Tierra por la poderosa Sociedad para el Estudio de las Lenguas Interestelares al planeta Aanaku para establecer contacto con sus moradores y para estudiar sus lenguas. En realidad el papel de la Sociedad es abrir el camino a los intereses económicos de las fuerzas que controlan la galaxia. Los lingüistas, sin saberlo o haciendo que no lo saben, actúan como la punta de lanza de una “invasión tranquila”. Monteverde descubre que en el planeta hay dos sociedades diferentes, los aanukiens que viven en la superficie, cerca del mar, en lugares paradisíacos, y que son mayoritariamente nómadas, salvo aquellos que estuvieron en otros planetas en intercambios educativos y que han decido construir ciudades, y los fihdia, que no se relacionan con los primeros y que viven en cuevas por una ceguera congénita.  El contacto con los aanukiens es sencillo y amigable, pero la relación con los fihdia es complicada. Tras conseguir contactar con estos últimos a través de una sacerdotisa, la lingüista descubre que los fihdia tienen dos lenguas: la común, la que hablan todos entre sí, el imu, y la que hablan sus sacerdotisas con los dioses, el gutia, una lengua que no puede ser enseñada ni a los extranjeros, ni a los de su propio pueblo que no tengan relación directa con los dioses. El contacto con los dos pueblos y el estudio de sus lenguas le hará variar poco a poco la idea preconcebida que se había hecho sobre ellos.

La novela, de tan solo 146 páginas cuenta infinidad de cosas. Da la sensación, cuando uno la termina, de que ha leído un volumen de 500 páginas. Es un mérito, gran mérito de la autora. Lola Robles la hace muy amena porque utiliza muchos recursos para contar la historia: fragmentos del famoso y ya histórico informe, una conversación de Monteverde ya anciana con una periodista y el cuaderno personal de la doctora en los tiempos en los que estuvo en el planeta. Además la autora, que ya hemos dicho que estudió filología, va creando palabras de los diferentes idiomas. Es maravilloso, por ejemplo, la parte del informe en la que describe el valor simbólico que los colores tienen para los aanukiens.

Me ha gustado mucho el libro, tiene un olor y un color muy cercanos al de las grandes novelas de Ursula K. Le Guin, que me parece que es la gran referencia de la autora. A libros como La mano izquierda de la oscuridad, Los desposeídos o El nombre del mundo es Bosque. Si Crononauta decide publicar más obras de Lola Robles hará feliz a un lector rendido a su maestría.

Enrique Martín

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