Asesinando en el mar del norte, por Leticia Sánchez Ruiz

Dora, una de las dos voces que narran esta historia, está en la casa de los padres de su novio, dispuesta a conocer a su familia política. Su padre, que viene de dar un paseo, anuncia que ha visto un cadáver en la playa. Ese es el desencadenante de Cuando es invierno en el mar del norte porque, poco después de esa visita, veremos cómo Dora está deshecha por el dolor que la produce la ruptura -las razones de las mismas las conoceremos al final- con el que ha sido su pareja desde sus tiempos universitarios. Del mismo modo, comprobaremos que la joven, una periodista en paro, se obsesiona con el cadáver y decide investigar esa muerte, que pronto se desvelará como violenta, por su cuenta.

Hay otra trama paralela, narrada por Guillermo Larfeuill, que transcurre en unas horas y en un solo escenario, una isla, la Isla de Or, como si de un largo plano secuencia se tratara. En este otro hilo, los protagonistas son la familia Larfeuill, casi al completo. Vienen de enterrar al abuelo, y cuando llegan a la residencia familiar, en la isla, se encuentran con que dos policías, Gloria y Pambley, les están esperando. Creen, por un estudio sobre las corrientes, que el hombre aparecido en la playa fue asesinado en la isla, durante una noche en la que la familia se reunió para celebrar una especie de despedida al abuelo, que quería que lo recordaran feliz. De ser eso cierto, había un asesino en la familia.

La investigación avanzará a través de ambos planos, que se intercalan en capítulos alternos, y asistiremos a cómo se descartan sospechosos y a cómo se van atando cabos. La pesquisa reunirá aspectos policiales, periodísticos y de colaboración ciudadana, podríamos decir. Y cada vez sabremos más de Antonio Trigo, el hombre que asesinaron. Una historia truculenta del pasado volverá al presente y algunas relaciones inesperadas quedarán al descubierto. Pero además la lectura no solo resulta amena e intrigante -nos recuerda a las novelas de Agatha Christie– por la trama que ha diseñado Sánchez Ruiz, sino también por la ambientación, por las atmósferas que crea.

La ciudad en la que transcurre la acción no se nombra, pero yo me la he imaginado como una mezcla de Donostia (por la isla y por el puerto de pescadores), Santander (por la playa y los palacetes) y Gijón (por su barrios obreros, por el Arbeyal, quizás). La Isla de Or, que recuerda por su cercanía a la costa a la isla de Santa Clara, es un escenario que se convierte en un personaje más. Su historia es la siguiente: allí se abandonaban primero los cadáveres de los apestados, después sirvió como manicomio y como hospital para enfermos de viruela, más tarde se convirtió en un extravagante conservatorio municipal que dirigió el abuelo, Agusto Larfeuil. “Al principio -leemos- sobre todo, los estudiantes, no se acostumbraban a aquel  vaivén marino y acababan arrojando el contenido del estómago por la borda y, en ocasiones, por descuido, también los instrumentos. Por eso era frecuente encontrar flotando el mar violines, flautas y saxofones.”  Finalmente, la Isla de Or, por la insistencia del músico, se convirtió en residencia familiar y, aunque pueda parecer un lugar bucólico y magnifico, Sánchez Ruiz, lo describe como grasiento, oscuro, húmedo y con olor a medicinas y úlceras.

El mundillo del periodismo y las referencias musicales y literarias reforzarán la trama clásica a la que la autora le da una vuelta para acercarla más a la narrativa contemporánea. Secretos familiares, locuras que parecen maldiciones bíblicas, amores ocultos afloran en esta novela que lleva por título un verso del inolvidable Ángel González, un verso que es en sí mismo una pista.

Leticia Sánchez Ruiz, que nació en Oviedo en 1980,  atesora ya una sólida trayectoria literaria, y es autora, entre otros trabajos, de El gran juego, novela por la que mereció el Premio Ateneo Joven de Sevilla. Cuando es invierno en el mar del norte viene a confirmar el talento y la imaginación de esta autora.

Txani Rodríguez

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