El tocho. El Danubio de Claudio Magris

La soberanía habsbúrguica no es como el despotismo centralista y nivelador de Luis XIV, Federico II o Napoleón, no sofoca las diferencias ni supera las contradicciones, dejándolas subsistir en su sustancia y poniéndolas en juego, en todo caso, unas contra otras. El regidor del imperio era, por definición, también él, un Proteo, que cambia de máscara y de política con dúctil movilidad y no por ello quiere transformar a sus súbditos Proteos en ciudadanos de una sola pieza, sino que les deja que pasen del amor a la revuelta y viceversa, de la depresión a la euforia, en un juego sin final y sin progreso, que no quiere imponer una rígida unidad a los diferentes pueblos, sino dejarles subsistir y convivir en su heterogeneidad….

El estado parece querer hacer olvidar la política o por lo menos atenuar su injerencia, mitigar y frenar las transformaciones, convencer a sus súbditos de que los cambios se operan en periodos largos -y son, por tanto, perceptibles para las generaciones más que para los individuos- y dejar que las cosas permanezcan como están el máximo de tiempo posible, así como los sentimientos, las pasiones, las memorias.

Este es un párrafo de El Danubio, de Claudio Magris, gran germanista italiano, especialista, entre otras muchas cosas, en la historia de la dinastía austríaca de los Habsburgo. En este fragmento explicó el secreto de la larga vida del imperio austro-húngaro, a pesar de su extrema diversidad.

Es solo una de las muchas perlas que se pueden encontrar en El Danubio, un ensayo justamente célebre, publicado en 1988. Según el propio autor, puede leerse, dado su carácter híbrido, como una metáfora sobre la compleja identidad europea, como un libro de viajes, e incluso, como una novela de formación, que va cambiando al personaje narrador a medida que transcurre el tiempo y se desplaza por la geografía danubiana.

Al hilo de un viaje que dura cuatro años, a lo largo de los tres mil kilómetros del río más emblemático del centro y este de Europa, desde las discutidas fuentes en Baden-Wurtemberg hasta la desembocadura en el Mar Negro, el personaje narrador recorre, solo o en compañía de un grupo de amigos, parte de Alemania, Austria, Eslovaquia, Hungría, Serbia, Bulgaria y Rumanía; buena parte de la otra Europa, la que formó parte del imperio austriaco o del turco. De esa Europa oriental, mestiza, de identidad estratificada, en la que se pueden encontrar regiones fronterizas como el Banato, cuyas ciudades se nombran hasta en cuatro idiomas, alemán, serbio, húngaro y rumano.

Pero el libro es sobre todo un viaje a través del tiempo y de la cultura europea, de los conflictos que tuvieron su escenario en las cercanías del Danubio, y de los escritores y artistas que poblaron sus orillas. Y también de los personajes del pueblo que se va encontrando el narrador, como la abuela Anka, crítica implacable de las distintas nacionalidades danubianas.

Un ensayo de apabullante y amena erudición, escrito con gran soltura (aunque el autor abuse de términos y adjetivos recurrentes), cuya lectura muy probablemente les enganchará de principio a fin. Ese fue mi caso, y por eso se lo recomiendo. El Danubio, de Claudio Magris, en editorial Anagrama.

Javier Aspiazu

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