Ian McEwan, la máquina que maquina

Ian McEwan es un gran escritor, un narrador que destila tanto oficio como talento, reconocido por la crítica, distinguido con importantes premios y que goza además de gran popularidad, una popularidad favorecida también por las numerosas adaptaciones cinematográficas que se han hecho de sus obras. Además, tenemos la suerte de que sea relativamente prolífico. Su última novela por el momento es Máquinas como yo, una ucronía que nos sitúa en el Londres de 1982. Es ese el momento en el que en esta ficción se ponen a la venta los primeros veinticinco replicantes, unos robots indistinguibles del ser humano.

Charlie, el desocupado protagonista de esta novela, escrita en primera persona, decide fundirse la mayor parte de su herencia en la compra de Adán,  uno de esos seres humanos sintéticos, con apariencia de “cargador de muelle del Bósforo”.  Enamorado de su vecina Miranda, de veintidós años, diez años más joven que él, decide que programarán al robot juntos, que completarán a medias las configuraciones de la personalidad. Al principio, Charlie, que es un apasionado de la informática, toma a Adán como un juguete, pero las complicaciones no se harán esperar. Pronto, se establece una especie de triángulo amoroso entre los tres personajes que les acarreará  tres inopinadas complicaciones. Por otro lado, un secreto que escondía Miranda saldrá a la luz, una sub-trama que dota a la novela de cierta intriga. La trama, por tanto, tiene gancho, y se avanza a través de ella; sin embargo, nos encontramos con digresiones relacionadas con las matemáticas, la informática y la filosofía que ralentizan la lectura, que abotargan el argumento.

En esta ucronía el famoso matemático Alan Turing continua vivo en 1985 –en la realidad, se suicidó en 1954- y tiene un papel importante en esta historia, aunque no lo desvelaremos.  Máquinas como yo, que también tiene pasajes en los que se recrea la agitación social de aquel Londres, se interroga sobre la inteligencia artificial. Nos plantea la duda de si esa inteligencia nos beneficiará o nos perjudicará. Del mismo, reflexiona sobre las limitaciones que el ser humano tiene para crear mentes externas si no conocemos la nuestra. Nuestras subjetividades, por ejemplo, hacen que nuestro sentido de la justicia cambie, y para sobrevivir necesitamos unas altas dosis de cinismo, todos seguimos adelante mientras en el mundo, quizá no muy lejos de nosotros, se dan situaciones insostenibles.

McEwan se pregunta si los robots podrán, como podemos nosotros, soportar nuestra propia naturaleza, y soportar el dolor moral, digamos. Estamos por tanto, ante una novela de tesis, de excelencia ensayística, bien articulada, pero, sin embargo, como novela, palidece ante Expiación o Chesil Beach. En todo caso, admirable este trabajo de McEwan, una verdadera máquina en lo suyo.

Txani Rodríguez

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