Matando gente a raudales, ¿eh?, señor Arzalluz

El donostiarra Kerman Arzalluz lleva la literatura en la sangre. Aunque estudió Periodismo y se especializó en Relaciones Internacionales, y aunque lleva veinte años trabajando en una notaría, esa pasión literaria nunca le ha abandonado y le llevó a colaborar en la desaparecida revista digital de literatura y arte contemporáneo Luke durante casi una década y a impartir talleres literarios en la UNED. Era cuestión de tiempo que esa pasión se plasmara en libros. Hace ahora casi dos años publicó en la editorial Arte Activos Ediciones de Gasteiz su primer libro La lluvia horizontal, como señala en el prólogo el escritor Iban Zaldua, “una recopilación de relatos que son cada uno una novela en miniatura. Unos lo hacen desde una perspectiva más o menos fantástica, otros desde la traición a las convenciones de lo fantástico”, y ahora aparece el segundo que es otra recopilación de cuentos, de microrelatos, marcados por los macabro, la crítica social, la sorpresa y el cachondeo, sí, un inmenso cachondeo. El libro se titula Crímenes ideales, en clara referencia al Crímenes ejemplares de Max Aub, y lo ha publicado la editorial cántabra El Desvelo.

En tan solo 87 páginas el autor hace un recorrido por todas las formas de matar habidas y por haber, incluso por aquellas que acontecen por casualidad. También nos encontraremos con todo tipo de tipos y con todo tipo de situaciones, de “susedidos varios”, que diría aquel. Además tendremos, para nuestro deleite y mala conciencia, un amplio abanico de justificaciones de las muertes, de los asesinatos. El autor así mismo imagina todos los estilos posibles para narrar un hecho, desde la grandilocuencia decimonónica hasta el existencialismo más cursi. Arzalluz juega con la lógica, “La ahogué, la mar de bien”; con la dialéctica: “Yo tengo la razón. Yo tengo el bate de beisbol”; con la geografía: “Yo es que soy oriundo de Matanzas”; con lo políticamente incorrecto: “La maté por machista”; con la filosofía: “No supliques, no es para tanto, la vida está sobrevalorada”; con el hartazgo: “Le puse Telecinco”; con la justicia: “Le puse reggaetón”.

Nos hemos reído mucho con esta pequeña gran joya de Kerman Arzalluz, pero también se nos ha helado algunas veces la carcajada. Porque nos hemos dado cuenta de que nuestra diversión en algunos momentos ha llegado desde la incorrección, otras desde la sintonía con el asesino, e incluso con el regocijo por la matanza. En el fondo Arzalluz nos pone frente a nuestras contradicciones de buenos burgueses con mucha ironía y recochineo. Nos pide nuestra complicidad y nosotros se la ofrecemos totalmente rendidos. Estupendo libro.

Enrique Martín

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