Daniel Serrano, el retrato de una herencia miserable

Un padre y un hijo y los últimos sesenta años por medio. El padre, militante antifranquista, revolucionario sesentero, dirigente del PSOE después, pirómano y bombero según indica la edad, yace en la cama abatido por un ictus, repasa su vida, arrima el ascua a su sardina, justifica lo injustificable y se amarga porque no pudo ser ministro con la ilusión que le hacía. El hijo, periodista en trabajos indignos y mal pagados, con contratos al límite de la ley, se propone contar, de verdad, lo que la generación de su padre ha hecho a  la suya, mientras sobrevive emocionalmente a un tiempo turbulento. De vez en cuando se cuelan trozos documentales del pasado a través de escritos de uno y otro, y fragmentos de opiniones de su madre y hermana, esposa e hija del primero.

Daniel Serrano es hermano de Ismael, el cantante aquel de Papá, cuéntame otra vez, donde ya se ponía en solfa las aventuras de los héroes de la Transición, y coautor del texto. Aquella ironía, aquella mala leche, se traslada ahora a las páginas de un libro de manera menos edulcorada, más brutal, más impactante, denunciando cosas que no habíamos leído en otros escritos, al menos de ficción y poniendo continuamente el dedo en la llaga, todavía sangrante, de tantas cosas como se hicieron mal. Sorprende que Daniel Serrano no haya abordado ante estos asuntos en una novela. Es cierto que escribió con su padre, Rodolfo, Toda España era una cárcel, un ensayo sobre estos tiempos y un opúsculo de notas urgentes sobre los revolucionarios de los sesenta con el título de la canción de su hermano, pero estábamos necesitando Cal viva, que ya desde el título deja claro que no va a ser demasiado complaciente con su análisis.

Bueno, digo que necesitábamos esta novela y no es cierto, porque parece que haya una legión de lectores esperando estos asuntos novelizados. De otra manera hubieran tenido éxito otras novelas como Todo está bien de Daniel Ruiz, Salvaje Oeste de Juan Tallón u Candidato de Antonio J. Rodríguez, desiguales en calidad pero todas interesantes por lo que cuentan, o, ya puestos, las últimas películas de Costa Gavras y Ken Loach, que salvo el habitual seguidor de estos directores no han encontrado audiencia en las nuevas generaciones. Sorprende que los debates televisivos tengan tanta audiencia y tratamientos mucho más interesantes no llamen la atención de las personas interesadas en la política. Cuestión de formatos, supongo.

La novela de Serrano es desigual, quizá demasiado larga, pero consigue algo que no suele darse últimamente: que las voces de los personajes sean distintas al margen de lo que cuentan. Y que los retratos, y no solo los de los protagonistas, sean fidedignos, solo hay que ver las definiciones de las cuidadoras del padre con solo cuatro pinceladas. Cal viva es la mejor novela que he leído esta temporada, quizás este año. Si algún día van a hacerme caso en una recomendación, que sea con este libro.

Félix Linares

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