El tocho. Los pensamientos de Epicteto

De lo existente, unas cosas dependen de nosotros; otras no dependen de nosotros. De nosotros dependen el juicio, el impulso, el deseo, el rechazo y, en una palabra, cuanto es asunto nuestro. Y lo que depende de nosotros es por naturaleza libre, no sometido a estorbos ni impedimentos; mientras que lo que no depende de nosotros es débil, esclavo, sometido a impedimento, ajeno. Recuerda, por tanto, que si lo que por naturaleza es esclavo lo consideras libre y lo ajeno propio, sufrirás impedimentos, padecerás, te verás perturbado, harás reproches a los dioses y a los hombres, mientras que si consideras que solo lo tuyo es tuyo y lo ajeno, como es en realidad, ajeno, nunca nadie te obligará, nadie te estorbará, no harás reproches a nadie, no irás con reclamaciones a nadie, no harás ni una sola cosa contra tu voluntad, no tendrás enemigo, nadie te perjudicará ni nada perjudicial te sucederá”.

Este es el comienzo del Manual de Epicteto, sin duda el pensador más influyente del estoicismo tardío, que se desarrolla en el imperio romano entre los siglos I y III después de Cristo. En contraste con la mayoría de los miembros de la escuela en este periodo, como Séneca, Catón o Marco Aurelio, procedentes de las élites romanas, Epicteto fue un esclavo griego nacido en Frigia, alrededor del año 50 después de Cristo, a quien su amo llevó a Roma siendo todavía un infante. Allí Epicteto consigue la libertad y establece su propia escuela. Pero la persecución desatada por el emperador Domiciano contra los filósofos y astrólogos en el año 93, le obliga a exiliarse a la ciudad de Nicópolis, en el noroeste griego, donde restablecerá la escuela y vivirá los últimos treinta años de su vida.

Son los breves rasgos biográficos de un filósofo que tiene más de un paralelismo con Sócrates; como éste, Epicteto estaba más interesado en la puesta en práctica de sus principios morales que en el conocimiento teórico del mundo. Por eso al igual que Sócrates, Epicteto nunca escribió nada. Ni su Manual, donde se sintetizan sus pensamientos en 53 fragmentos bastantes breves, ni las Disertaciones, a modo de diálogos platónicos, serían hoy conocidas de no ser por uno de sus discípulos, Arriano de Nicomedia, que recogió por escrito todo lo que recordó de las lecciones de su maestro.

Según Epicteto, el hombre está dotado de la capacidad racional para hacer uso de las representaciones, es decir para considerar o imaginarse en su interior las cosas como bienes o como males, y de acuerdo con eso, desearlas o rechazarlas. Solo haciendo un uso correcto de las representaciones se puede alcanzar la felicidad. Esto supone desear, considerar bienes, solo aquellas cosas que dependen de nosotros: tener un juicio libre e independiente, o mantener el ánimo sereno, depende de nosotros; sin embargo, tener riquezas, belleza o salud no depende de nosotros.

Además, si hacemos un correcto uso de las representaciones, estas no podrán perturbarnos. Una de sus máximas más célebres, y que más influencia ha ejercido, no solo en filosofía, sino también en corrientes psicológicas como la Gestalt, es la que dice: “Los hombres se ven perturbados no por las cosas, sino por las opiniones sobre las cosas… Así que cuando suframos impedimentos o nos veamos perturbados o nos entristecemos, no echemos nunca la culpa a otro, sino a nosotros mismos, es decir a nuestras opiniones”.

Por último, también como Sócrates, Epicteto pensaba que los que actuaban mal lo hacían por ignorancia; de ahí los ejemplos de humanidad y de conmiseración ante los malvados que se encuentran en las Disertaciones. Según Epicteto, los que conocen el bien lo eligen forzosamente. Pero para lograrlo tendrán que aprender a discernir correctamente entre sus representaciones.

Como ven, estamos ante una filosofía moral surgida de una época de crisis para preservar la libertad y la imperturbabilidad del ánimo. Un mensaje que vuelve a estar de actualidad en estos tiempos de crisis periódicas cada vez más devastadoras, en los que la confusión reinante hace muy difícil distinguir nuestras verdaderas necesidades.

Javier Aspiazu

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