Recuperando al Mujika Iraola de 1987

Auzunea zaintzen duten hiru tontorretan, oraindik pasa berria den elurteko arrastoak lekuko gisa, harkaitz artean eta belaze garaietan bakarrik gordetako elur bildu zuriei deitzen zien osabak azukrea”. Esta explicación, que aclara también el título de este libro, nos llega a través de la voz de quien fuera un niño que escuchaba embelesado las historias a veces un tanto fantasiosas de su tío. Los rastros de las nevadas eran azúcar, y si al escarbar en la arena de la playa surgía agua, era txakolí. Tío y sobrino son solo dos de los numerosos personajes que pueblan una cartografía concreta: los montes cercanos a Tolosa: Auzune y su plaza, en un valle, rodeado de tres cumbres, Itturro, Albiztur, los caseríos, los campos, las rocas, las fuentes, los árboles y entre ellos un cerezo japonés al que responsabilizaron de distintas calamidades un año que no floreció al llegar abril. Es la vida del caserío y sus habitantes lo que refleja Mujika Iraola en esta colección conformada por once relatos, y aunque el entorno que describe es realmente bello, sin extralimitarse con sublimaciones, no creo que podamos hablar de un homenaje bucólico a la vida en el campo.

Estos cuentos reflejan la dureza que conlleva trabajar la tierra, y también lo claustrofóbicas que pueden resultar las pequeñas sociedades, tan cerradas. Ese ambiente se refleja bien, por ejemplo, en el relato que abre el libro, Terralez bilduak, una historia hipnótica y sugerente que tiene como desencadenante la llegada de un forastero a aquellos montes, y la llegada con él del terral y de la desgracia. Hasta qué punto es el foráneo el responsable de todo lo que ocurre tendrá que decidirlo el lector. Sobre espacios poco ventilados, digamos, estremece el relato titulado Regina que habla de una relación incestuosa, narrada desde el punto de vista de la víctima, una cría que hace una lectura de su realidad particular, pero también lógica. Lo cierto es que todos los relatos tienen  alguna torcedura, y la muerte se cuela en las páginas a través  de la venganza, de duelo de honor, de la mala fortuna o de las guerras. El rango temporal que abarca el libro es amplio, y con el tiempo, bien es sabido, siempre pasan cosas.

Mujika Iraola echa a andar en cada cuento una porción de realidad que revive con la lectura, y a  veces algunos elementos se trasvasan de un relato a otro. Sin caer en sobre-explicaciones y mostrándonos lo que sucede a través de escenas bien estructuradas, y muy bien focalizadas, el donostiarra elaboró un libro realmente sólido, concreto, personal. Respecto al euskera hay que destacar que combina el batua con el habla de esa zona de Tolosa y eso confiere al texto vivacidad.

Azukrea belazeetan fue editado por primera vez en 1987, y en su momento se saludó como una de las colecciones de relatos más relevantes del momento. La verdad es que no ha perdido elocuencia, y varias décadas serían suficientemente delatoras. No cualquier libro aguanta el paso del tiempo, y este se mantiene fresco como el azúcar de nieve.

Txani Rodríguez

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