Bernardo Atxaga y esa vida vertiginosa que se va

Todos los personajes, con sus destinos a cuestas, que se cruzan y se anudan en Etxeak eta hilobiak tienen, en cierto modo, un mismo origen: Ugarte, un pequeño pueblo, no muy alejado de Irún, y aún podríamos afinar más la coordenada: la panadería del pueblo, a la que llega un canal de agua, desde un río cercano, donde los niños se refrescan; y ese río que transcurre por un bosque resuena durante toda la lectura. El olor de la panadería también se contagia y desatan en algún personaje una emoción similar a aquella que hizo célebre Proust: “Pasta borobil batzuk ziren, laranja kolorekoak, eta haien oroitzapenarekin batera goroldioak, likenak eta hosto hilek harri zapalaren gainean eratutako soilgunearena berritu zitzaion”. Allí, en la panadería, trabajan Miguel, el dueño de la misma, y Donato y Eliseo. Marta es la cocinera, casada con Julián, que trabaja en una mina que hay en Ugarte, y Luis y Martín son los hijos, gemelos, de ese matrimonio.

Todos estos personajes se presentan ya en el primer capítulo, que transcurre en 1972, y que tiene como desencadenante la llegada a la panadería del joven Elías, sobrino del dueño. La madre del chico lo ha mandado allí porque desde que regresó de una estancia de verano en un colegio cercano a Pau, donde fue a estudiar francés, ha dejado de hablar. Se dedica a hacer barcos de madera, encallado en su silencio, primero solo, luego en compañía de los gemelos. Será en el segundo capítulo cuando sepamos en toda su crudeza qué le sucedió al adolescente, un asunto turbio, que cuestiona la manera en la que funcionaban algunas instituciones.

La novela avanza, pero no siempre en sentido cronológico, porque en la segunda parte conoceremos a Eliseo y Donato, en una época anterior, cuando cumplían con el servicio militar cerca de El Pardo, un lugar en el que solo podían cazar Franco y el, por aquel entonces, príncipe Juan Carlos, algo que indigna particularmente a Eliseo, amante de la caza y cuya afición le generará más de un problema. Nos acercaremos también a Antoine, ingeniero de la mina de Ugarte, en tratamiento psiquiátrico desde que perdió a uno de sus perros, y también sabremos mucho de los gemelos Luis y Martín, ya adultos, que han de bregar con accidentes, con la cárcel, con la enfermedad de los hijos, con los reproches mutuos, con la vida, en definitiva, y con la muerte: “Heriotza bizitza bezain arrain handia zen”.

Bernardo Atxaga, reciente Premio Nacional de las Letras, aborda en esta novela temas como la infidelidad, la deslealtad, el miedo, la locura, el abuso, y también, diría yo, todos sus reversos. Etxeak eta hilobiak transcurre en Ugarte, sí, pero también en Francia y en Madrid y en Texas. En todos los tramos se disfruta de la capacidad para describir y para sugerir del autor, y también en el detalle de las  escenas, y en la manera eficaz en la que caracteriza a sus personajes. Es un gran narrador, qué duda cabe.

La vida tiene algo de cristales rotos, y en la pieza que aquí se compone se exhiben esas grietas. Todo pasa muy rápido, todo es vertiginoso, parece decirnos el autor, un día jugamos con barquitas en un río, durante un verano plácido, y al poco, todo aquello se vuelve inalcanzable, una música lejana que tapa el ruido del tráfico.

Txani Rodríguez

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