García Llovet y el Madrid por el que pocos transitan

Hace ya unos meses que tenía pendiente Sánchez, la última novela hasta el momento de Esther García Llovet, y la verdad es que no me fallaba la intuición porque he disfrutado con la lectura. La historia es atómica, condensada en una sola noche, una noche de San Lorenzo de esa (leo textualmente) “temporada mágica y tan graciosa que nos tiramos en España sin gobierno y todos teníamos la sensación de estar faltando al cole por tres décimas de fiebre”.

La narradora de esta historia que apenas abarca unas horas es Nikki. Sabemos que estudió filología, pero que acabó teniendo un bar, La Racha, algo turbio y situado en mitad de ninguna parte, para, poco después, acabar metida en negocios sucios, en delitos de mediana monta. Uno de sus socios, digamos, con el que además convivió, no nos queda claro en calidad de qué, es Sánchez de quien la narradora dice: “No sé cómo fue pero se había acabado convirtiendo en eso tan raro que es un guapo triste, un chulo sin ganas, un macarra de bajona”. “Parecía cansado -añade Llovet-, que es lo que se lleva ahora, estar agotado y alerta a la vez. Llevar una vida de hipertenso”. Además, a Sánchez le persigue la fama de gafe. Bien, pues con Sánchez se reencuentra esa noche, tras tres años sin verse, desde una timba en Tetuán. Ella ha vuelto de La Línea, donde ha trapicheado con el tabaco, y  lo busca porque necesita que la ayude a encontrar a un tercer personaje, a Bertrán. Un veinteañero de familia adinerada, con una buena suerte asombrosa, metido también en los ambientes del juego. Bertrán tiene un galgo, y Nikki quiere ese galgo para vendérselo a una italiana que organiza carreras, o dicho de otra manera, para estafarla. Por tanto, gran parte de esta novela breve, que fue finalista del Premio Herralde, se centra en la búsqueda de Bertrán, a bordo de un coche robado a unos sordomudos, por un Madrid poco trillado por la literatura y el cine. Poblados de chabolas, restaurantes de comida rápida que abren las veinticuatro horas, gasolineras, el Mercamadrid, “la nave nodriza de la supervivencia”.  Por supuesto, el plan de complicará, y mientras las estrellas fugaces rajan en dos el cielo, se cruzarán con otros personajes medio lumpen.

Sánchez es una novela que resuena por su originalidad; despliega un universo muy concreto, alejado de todo cliché, y nos brinda frases y observaciones chisporroteantes, pero sin pasarse. El hecho de que la narradora sea filóloga justifica determinadas expresiones y referencias. Esta novela, escrita con precisión, analiza desde la extrañeza el mundo en el que vivimos, reflexiona sobre la mala y la buena suerte, sobre el destino si se quiere, y alumbra zonas en sombra: “Las cinco de la mañana existen aunque nos las mire nadie. Están ahí, las cinco, muertas de aburrimiento, sin ganas de palique ya, esperando sentadas a que se haga de día y pase algo de una vez”. En Sánchez, a las cinco de la mañana, en un extrarradio de Madrid, puede pasar cualquier cosa, pero hay que saber pedir deseos a las estrellas fugaces.

Txani Rodríguez

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *