Mariana Enríquez, prosa magnífica, novela desmesurada

Admiro la literatura de Mariana Enríquez, me gustan mucho sus dos volúmenes de cuentos Cosas que perdimos en el fuego y Peligros de fumar en la cama. Sé que tiene alguna novela primeriza, Bajar es lo peor, escrita antes de cumplir los veinte años, donde se acercaba a la juventud de su tiempo, aunque pronto encontró el camino hacia lo más oscuro del ser humano y hacia las narraciones ominosas. Su segunda novela, Cómo desaparecer completamente, se contaba desde el interior de una familia, núcleo éste que será ya desde donde escribirá casi siempre nuestra autora. En Chicos que vuelven los protagonistas son los niños desaparecidos que vuelven con el mismo aspecto que cuando desaparecieron años atrás; en Este es el mar, los jóvenes, los músicos y las zonas oscuras vuelven a ser protagonistas. Y en los relatos lo mismo: hay magia, misterio,  lugares amenazadores, hay temblor. También ha escrito libros sobre mitología celta, visitas a cementerios y sobre la vida de Silvina Ocampo. Y todo eso en 25 años de carrera alternando con su trabajo periodístico.

Y ahora Mariana Enríquez ha ganado el Premio Herralde con Nuestra parte de noche, otra vuelta de tuerca a sus obsesiones habituales. Hay en esta novela una familia con historial oscuro, una organización misteriosa, La Orden, unos ritos cercanos a los habituales en Lovecraft que tratan de conjurar a algo llamado La Oscuridad que otorga dones y exige pagos, hay una casa más grande por dentro que por fuera, en la que entran unos jovencitos, como en las novelas de Stephen King, un hombre con el corazón roto, literalmente, que trata de evitar que su hijo caiga en manos de la secta, ese hijo que desde niño se ve abocado a horrores que no entiende, sus amigos, sus familiares, gente que busca beneficio y lo hace de manera sórdida. Hay también mucho ambiente de la época: en principio la dictadura de los setenta en Argentina, mas tarde Alfonsín y Menem, hay noticias reales que se cuelan en la narración, hay violencia cotidiana política y social, hay corrupción con la que vivir.

Hay muchas cosas en Nuestra parte de noche. Y está la magnífica escritura de Mariana Enríquez. Pero, ¡ay!, también hay demasiadas páginas, tantas como 667, muy cerca del 666 amenazador, como si hubiera un plan siniestro. Y todas las virtudes de los concretos y precisos cuentos de la autora se pierden en la niebla de situaciones repetidas o alargadas o innecesarias o injustificadas que hacen que el lector pierda el interés, que pierda el efecto de la prosa hipnótica de Mariana, que piense que eso debería terminar antes. De hecho hay algunas partes de la novela que se estructuran como cuentos que muestran otra vez su poderío, lo mejor de la autora, lo mejor de esta novela.

Me gusta la obra de Enríquez, pero debo reconocer que un poco de control sobre lo que se pretende contar le hubiera venido bien a Nuestra parte de noche. Sé que no suele darse, pero un buen editor ajustando los tiempos, las frases, las repeticiones innecesarias beneficiaría a la novela y al posible lector.

Félix Linares

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