Nuria Barrios y la belleza inocente del infierno

Con la novela Todo arde, la escritora Nuria Barrios cierra una singular trilogía sobre el mundo de los poblados de la droga, que arrancó con el libro de cuentos Ocho centímetros y prosiguió con el poemario La luz de la dinamo. Si una de las funciones de la literatura es hacer visible lo invisible, la madrileña ha cumplido el objetivo. Para documentarse, para empaparse de la manera de hablar y de las formas de organización en esos poblados, Barrios acudió a la Cañada Real durante varios meses, donde conocía una de las familias que manejan la droga en esa zona. Las horas pasadas en el fumadero  han cristalizado en verosimilitud y conocimiento de un mundo desconocido para la mayoría de nosotros.

La ambientación de Todo arde y la adecuación de los diálogos, de las maneras de hablar de los personajes, se ponen, en todo caso, al servicio de la historia, porque en la novela hay una historia, y sus protagonistas son Lena, una joven enganchada al crack y a la heroína, que vive en uno de esos poblados, y su hermano pequeño, Lolo, que tiene dieciséis y años y toda la resolución que concede a veces la inocencia. Lolo se propone llevar de vuelta a casa a su hermana y no parece dispuesto a desfallecer. Por supuesto, las cosas se complicarán y en las pocas horas que abarca la novela, a los hermanos les dará tiempo a poner a prueba su amor.

Que el mundo de la droga es un infierno es algo que sí sabemos, y que destroza las vidas de los drogodependientes, sí, pero también de sus familiares; sin embargo, Todo arde no resulta sórdida en absoluto, a pesar de su realismo. Está escrita con elegancia, muy lejos del paternalismo, y aunque no hace concesiones al mundo feliz, su pulsión transmite el deseo de vivir de los personajes no lo contrario.

Con resonancias de los clásicos, la novela tiene un toque de humor, y el poblado bien podría ser un Hades contemporáneo, así como Lolo vendría a ser un Orfeo del siglo XXI. Todo arde es una novela que resulta muy diferente a cualquier otra que podamos encontrarnos en las librerías, con una atmosfera luminosa, aunque la luz proceda de las hogueras de los yonquis. La novela, que mantiene hasta el final la tensión narrativa, nos aleja de muchas ideas preconcebidas en relación a esos poblados a los que no nos gusta mirar. Es una novela que llega tras un trabajo serio, pormenorizado, diría yo, pero que no renuncia a la belleza que concede la emoción.

Merece la pena,  el viaje.

Txani Rodríguez

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