El oso Ondo y alicaído de Fernández Aldasoro

Pedro Egaña atraviesa un mal momento personal: tras una carrera descendente en el mundo de la creatividad publicitaria, una carrera que comenzó a los veintiséis años, se encuentra, a los cuarenta y pico, en el paro. Además, su mujer, que ya es más ex mujer que otra cosa, y sus hijos pasan bastante de él: “Le dolía la espalda de dormir en una colchoneta de Ikea, le dolía la indiferencia de su mujer, sus miradas de desagrado, sus raciones de comida solo para tres. Pero lo peor era la sensación de irrelevancia. No le necesitaban, no le reclamaban”. Observa su propia vida con resignación, una vida llena de frustraciones de cuyas magnitudes solo ha sido consciente a veces. Egaña recapitula su paso por distintas agencias y disecciona las coreografías sociales a las que nos somete el mundo laboral. Asegura, por ejemplo, que todas las relaciones humanas en las que no se establece un vínculo de afecto terminan convirtiéndose en cansinas negociaciones. Parapetado en esa distancia, en ese descreimiento, da sus primeros pasos en una profesión para la que cree tener algún talento desde que un profesor de la facultad así se lo indico. En Publizi, la primera agencia en la que recala, ha de trabajar en equipo con una  directora de arte. Aunque tanto Pedro como Juliana tienen pareja, se enamorando profundamente; sin embargo, tendrán que ver si son capaces de apostar por ese amor o ponerlo también a hibernar, digamos.

Sobre el mundillo de la publicidad, Fernández Aldasoro se despacha a gusto.  El autor, que, como Pedro Egaña, es redactor creativo, conoce las partes más desabridas de la profesión, y no ahorra dardos: “El amor por la publicidad dura tres años. En este tiempo, ya has visto y lo has hecho todo y solo te queda repetirte sin que se note. En tres años ya estás aburrido, o seco, o quemado”. Pero hay muchas más reflexiones bien cargadas de acidez: “Los creativos veteranos se dividen en psicópatas, autistas o cínicos. Hay excepciones, pero casi todos los profesionales que han superado el trauma de la publicidad durante los años suficiente pueden encasillarse en una de esas tres categorías”. En fin, con todo lo expuesto creo que queda trasladado que Pedro Egaña no es feliz, que cree que está dejando pasar su vida sin terminar de vivirla, como en un letargo. Y cree que será la literatura, escribir, algo en lo que ya había hecho algunos pinitos lo que pueda sacarle de ese estado. Además, el anuncio de una exposición en cuyo cartel figura un oso que le resulta familiar, será el desencadenante de un viaje íntimo hacia una vida algo más provechosa.

En El oso Ondo el mundo de la publicidad es importante porque el libro encierra una crítica, con sus toques de humor, al mismo, pero creo que todos podemos sentirnos identificados con Pedro Egaña, al menos, por momentos. Quién no ha intuido alguna vez, inmerso en la rutina, que su vida está muy lejos de la vida que había soñado. Quién no ha pensado a veces en amores del pasado; quién no ha temido perder a la persona amada, por cobardía o por mala suerte. Quién no sigue hacia delante con cierta carga de la frustración sobre los hombros. El regreso a la novela de Fernández Aldasoro nos hará pensar en todos estos asuntos que, aunque no siempre se despierten, dormitan en nuestro interior.

Txani Rodríguez

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