Elvira Lindo, de la fragilidad a la fortaleza y viceversa

A corazón abierto es un libro muy esperado, la primera novela en diez años de Elvira Lindo.  Novela, he dicho bien, aunque está fundamentada en su historia personal, y particularmente, en la relación de la escritora con sus padres. Se trata, pues, de un ejercicio de memoria y reconstrucción del pasado, a mi entender, muy honesto.

El libro arranca cuando su padre está en el hospital, capeando una crisis respiratoria, cerca ya del final de su vida. Tras ese episodio, Lindo recordará la dura infancia de su progenitor, Manuel, a quien su madre, una mujer severa y avara que vivía en Málaga, envía a Madrid, a casa de una tía. El niño se encontrará con aquel Madrid de posguerra, en el que muchos niños vagabundeaban por las calles, y la desesperanzaba doblaba la esquina. Fuerte y decidido, pero con un fondo de fragilidad que arrastraría para siempre traducido en aversión a la soledad, el niño consigue salir adelante al escaparse para refugiarse en la casa de otros familiares de Aranjuez. Manuel Lindo, decidido desde siempre a sobrevivir, como muchos de sus congéneres, no les quedó otra, acabará, con el tiempo, convertido en auditor de grandes obras en Construcciones y Dragados,  formará una familia, y será padre de cuatro hijos.

A corazón abierto recapitula los distintos episodios de la infancia itinerante de la autora, marcada por la enfermedad y temprana muerte de su madre, enferma del corazón. Tras una operación, cuando alguien le dice a la niña que hay que cuidarla, se despiertan en ella dos sentimientos que ya no la abandonarán nunca, el de la responsabilidad y el de la amenaza.  Asistimos también al periodo en el que vivió en Ademuz, en un poblado construido solo para ser habitado mientras durara la construcción de una enorme presa; a un tiempo feliz en Mallorca en el que repitió curso sin que sus padres lo supieran, a las vacaciones en Málaga con la abuela paterna, un personaje oscuro, como lorquiano, y el relato alcanza también a la primera juventud, entre los primeros escarceos amorosos, paseos en moto y carnet del Partido Comunista. Hay un momento en esa época, cuando su madre lanza contra el suelo pequeños objetos decorativos tras una discusión con su padre, que la autora sitúa como el principio del fin, del fin de la vida afectiva tal y como la había conocido.

La historia de amor de sus padres se refleja con una hondura sorprendente, pero no cae en la tentación de convertirlos en personas distintas de las que fueron. “Mi padre -dice- no cabía en dos adjetivos, no cabe en un libro, porque ese hombre áspero y rudo, charlatán, que carecía de la malicia de quienes encubren la vanidad con falsa humildad, ese hombre verborreico y fanfarrón, que a veces podía ser cruel, estaba también incapacitado para el rencor.

Creo que hay que hacer un viaje hondo de la fragilidad a la fortaleza y de la fortaleza, de nuevo, a la fragilidad para escribir un libro como éste, con toques de humor, y mucha ternura e inteligencia, muy alejado del ajuste de cuentas con lo demás o con una misma; es más bien lo contrario la asunción de que somos como somos, con cosas buenas y malas. Elvira Lindo retrocede a veces al pasado para contarnos aquellos días con la fuerza del presente, y otras, interpela a la niña que fue, en una especie de desdoblamiento. “A veces se tarda media vida en mirarse a una con compasión. Media vida son cincuenta años”, dice. Todo ese proceso, esa madurez y esa sabiduría desembocan en este ejercicio confesional de digna emotividad, que consigue, que al conocer mejor a sus padres, acariciemos también a los nuestros, con sus luces y sus sombras, y a sus recuerdos.

Txani Rodríguez

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