El país de la vida gris, el país de Pedro Ugarte

Antes del Paraíso es la nueva colección de relatos de Pedro Ugarte, conformada por ocho cuentos que podrían emparentarse en forma y contenido con los de su anterior libro, también espléndido, Nuestra historia. Nos reencontramos además con un viejo conocido para los lectores del bilbaíno: Jorge, una especie de alter ego literario de este escritor. Él, Jorge, y el resto de personajes de Antes del Paraíso trabajan, madrugan como madruga la clase baja-media, albergan pequeñas esperanzas, tratan con esfuerzo de conquistar un espacio seguro y familiar -la familia es un elemento troncal en este libro- desde el que combatir los embates de la vida, ceden al hastío, sufren traiciones, se levantan y buscan, en definitivo, aquello que de sentido a sus vidas.

Ugarte tiene muchas cualidades, pero quizá la más destacable sea la poco común capacidad para explorar los espacios grises del alma -si la hubiere- humana. Ni héroes ni villanos, ni débiles ni fuertes, sus personajes hacen lo que pueden y albergan sentimientos más y menos nobles, y sus circunstancias les llevan a veces a obrar de maneras poco plausibles. Es el caso del esforzado padre del cuento Pequeñas cosas tristes, que sacrifica todos sus sábados en aras del equipo de baloncesto en el que juega su hija. No se puede decir que sea un relato de humor, de hecho es más bien un relato amargo, como el libro en sí, pero yo no he podido evitar reírme al leer párrafos como el siguiente: “Los sábados eran una cosa triste de crueles madrugones al dictado del despertador, un despertador que se sacudía con el gañido de un animal destripado y te llevaba, colgado de las pestañas, hasta la ducha (…) Era la nuestra una resignación trágica y cobarde, dominada y arrastrada por el empeño de conquistadores extremeños lanzados a la inmensidad de un nuevo mundo, algo que tenía que ver con el sacrificio, el martirio y las tierras de misión. Era, en fin, el deporte escolar”.

También me ha producido el mismo efecto, el de la risa que luego se vuelve amarga, el relato Viejo cuchillo, filo oxidado, en el que se cuenta cómo el hecho de que la abuela del narrador estuviera un día con los Reyes de Bélgica acaba convirtiéndose en un tormento.  Otro de mis cuentos favoritos es Cliente fantasma, en el que un niño acompaña a su padre a un sinfín de concesionarios de coches. En esta odisea a través de tapicerías por estrenar, he vuelto a confirmar la habilidad Ugarte para describir  a personajes. Un ejemplo: “El vendedor era un hombre calvo, gordo. La papada se confundía con las mejillas y hacía de todo su rostro una esfera blanda y encarnada, en la que apenas destacaban unos ojos pequeños, un breve apéndice nasal y cierta protuberancia que, en otro tiempo, debió de ser una barbilla”. Y hay algo curioso: Ugarte, a lo largo de su narrativa, se ha visto  a sí mismo como hijo y como padre de sus hijos, pero creo que ahora ha sabido incorporar –hablo siempre desde lo literario y a efectos literarios-  la mirada de sus hijos sobre él, la mirada de sus hijos sobre el padre que es.

Ahora que se acerca la Lotería de Navidad, merece la pena leer El Premio, un relato que nos sitúa frente a nuestras propias mezquindades; y  al llegar a la lectura de El ancla hay que estar atentos porque entre sus líneas se esconde el sentido último de la historia. Antes del Paraíso el relato que abre la colección es un texto brutal  en el que, yo diría, el escritor se esconde detrás de un espejo cóncavo. “Todas las personas se sienten culpables de algo, -leemos-, de algo que solo ellas conocen, de algo que nunca dirán a nadie, quizás ni siquiera a sí mismas”. Este es, por tanto, un libro sobre nuestros espacios grises, sobre la vida gris, que, sin embargo, nos hace reír a tramos y nos reconcilia un poco con nosotros mismos. Un gran libro, en definitiva.

Txani Rodríguez

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