El miedo del portero al penalti es una novela breve, de apenas 120 páginas, que encadena interrogantes. En la primera página nos presenta a Bloch, un tipo que fue un famoso portero, que después trabajó en la construcción, de donde acaba de ser despedido. No sabemos por qué. Tampoco sabemos por qué decide tomar un taxi, ir a una zona en la que hay un mercado, y entrar después a un cine, en cuya taquillera se fija. Bloch, protagonista absoluto de este libro, decide alojarse en un hotel de la zona durante varios días, y deambular por allí para una noche, perseguir a la chica y asesinarla. Un asesinato que parece no pesarle, que ni siquiera haya llegado a comprender. Bloch se mueve de un lado para otro, llama a amigos que no localiza, va en busca de otras personas que se cruzaron en su vida en algún momento. Es un inadaptado y un tipo inquietante porque casi cada una de sus acciones despierta en nosotros, como decía, un interrogante.
El relato, así, resulta medio adictivo por extraño. El autor relata de forma pormenorizada las acciones de Bloch, acciones menores como acompañar a un viejo amigo a arbitrar un partido en un barrio periférico de la ciudad, echar unas postales, tomar un autobús. Pero lo cierto es que mantiene la tensión narrativa, y también el ritmo, de una manera admirable porque no encontramos sentido a lo que hace, seguramente porque no tenga más sentido que continuar haciendo algo. El personaje habla poco y cuando habla no se le entiende. Parece divorciado de la realidad o al menos muy aislado, desconectado como –y este es un plano metafórico que planea sobre el libro- las personas que sufrieron tras la Guerra Mundial. Bloch está solo, como los porteros ante los penaltis, pero está también aturdido. Este libro logra transmitir sensaciones difícilmente resumibles en una palabra, pero relacionadas siempre con el desasosiego, con la soledad, con la extrañeza. La verdad es que remueve e incomoda.
Bien, se impone ahora hablar brevemente de Peter Handke, autor austriaco nacido en 1942, a quien en 2019 se le concedió el Premio Nobel de Literatura. La decisión fue controvertida y varios países pidieron que se boicoteara la ceremonia porque lo acusaron de apoyar a Milosevic. El jurado del Nobel explicó que el premio se le otorgaba por “su trabajo influyente que, con genio lingüístico, ha explorado la periferia y la especificidad de la experiencia humana”.
Y hay que destacar, por supuesto, la labor del traductor Joxe Mari Berasategi Zurutuza, licenciado en Filología Inglesa y en Filología Vasca, que ha sabido traer al euskera la engañosa sencillez del texto y su complejo ritmo.
Txani Rodríguez