Las investigaciones en la India colonial de Abir Mukherjee

Encontrar un tiempo y un lugar nuevo y diferente para ambientar novelas de misterio, thrillers enloquecidos o, simplemente, novelas negras aunque ocurran a pleno sol, debe de haberse convertido en algo muy difícil para los escritores de la especialidad, sobre todo teniendo en cuenta que es conveniente una identificación personal con ese lugar. Abir Mukherjee no ha tenido que pensar mucho porque, a pesar de haber nacido en Londres, es de ascendencia hindú, así que allí ha ido, a la India, y se ha inventado unos personajes que cumplan con las normas y aporten algo de originalidad. Otra cosa es encontrar el momento adecuado. El autor necesitaba que ocurriera durante la dominación inglesa, pero esta duró noventa años, tenía mucho tiempo para elegir. Al final el año es 1919.

Quizá la decisión se veía condicionada por el hecho de que el protagonista, un inglés que tiene un pasado desafortunado y guerrero, ha luchado en la I Guerra Mundial. Pero puede que la disculpa vaya por el lado de un año de varios intentos de rebelión por parte de los naturales del país que exigían su independencia. Todavía tardaría muchos años en llegar. Nuestro héroe ha estado en la guerra, pero también ha demostrado cierta capacitación en materia de espionaje e investigación, así que la persona que le ocupó en estos menesteres se lo lleva a la India cuando es enviado él. Llega allí, nos cuenta como deja atrás la muerte de su mujer, recibe las instrucciones pertinentes, le adjudican un ayudante hindú e inmediatamente aparece el cadáver de un alto funcionario inglés en un barrio de mala reputación. Así que hay que investigar. Por qué ha decidido el autor poner a un inglés como protagonista y relegar a un papel secundario al hindú. Pues en nombre de la verosimilitud, porque en aquel momento era impensable que alguien como este último fuera encargado de este tipo de trabajo. Deberían mirarlo los que, en nombre de la corrección política, alteran sustancialmente las costumbres de una época para parecer más estupendos.

Bueno, mucho mas no se puede contar porque estamos hablando de una novela de investigación y no conviene desvelar demasiado, pero añadiremos simplemente que los dos investigadores tienen disputas con otros miembros de la policía colonial, algunos incidentes violentos con personajes de diferente procedencia, añaden color local a base de, por ejemplo, un coolie que le sirve de transporte al señor Whyndham, vaya hasta ahora no habíamos nombrado al protagonista, se ponen a investigar también el asalto a un tren, localizan y capturan a un líder de la resistencia que ha abrazado el pacifismo al que tratan de colgarle el crimen anterior, aparece una secretaria que parece convertirse en el interés romántico del protagonista y discuten ambos sobre lo lícito que resulta invadir un país, explotarlo, casi esclavizar a sus habitantes y comportarse como niños ricos en su jardín.

Digámoslo claramente El hombre de Calcuta es una novela canónica, perfectamente ordenada, estructurada sencillamente, que progresa como se espera y se disfruta como nos gustaría siempre. Pero no tiene nada nuevo que ofrecer. Quizá por eso ha gustado tanto y el tándem estelar es ya protagonista de otras cuatro historias en su lengua original. Y, con un poco de suerte, nosotros también las disfrutaremos a nada que os pongáis a la tarea de comprar este libro y disfrutarlo. Quizá el mundo en que se ambienta os resulte nuevo y extraordinario, pero reconozco que he leído bastante literatura colonial, y no solo a Kipling, y me he visto todas las películas del ramo de hace ochenta años o por ahí, así que para mí ha sido como entrar en un viejo bar que he frecuentado en el pasado y he tomado el cóctel cuyo sabor echaba en falta. El hombre de Calcuta, una novela muy disfrutable.

Félix Linares

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