La poesía de Claudio Rodríguez para los más jóvenes

Con apenas 17 años, el poeta zamorano Claudio Rodríguez escribió su primer libro, Don de la ebriedad, que pulió, repulió y lo presentó al Adonis, y lo ganó. Pasaba así a engrosar la nómina de los grandes poetas del siglo XX. Vendrían luego: Conjuros, Alianza y condena, El vuelo de la celebración y Casi una leyenda. En la antología que el propio autor preparó de esos primeros cuatro libros con el título Desde mis poemas (Cátedra, 1983), nos confesaba lo evidente de su  poesía, que “el paisaje y los hombres alentaban mis primeras andanzas”.

Es un hecho que la geografía que habitamos no se hace paisaje hasta que nuestra mirada lo interioriza y lo transforma en impresión subjetiva de placer o de sorpresa. Que somos nosotros quienes creamos el paisaje, y lo transformamos en  el nuestro. Y esto ocurre cuando lo miramos directamente o si lo hacemos a través de la mirada de los otros, la de los escritores como Claudio Rodríguez, por ejemplo.

Es el suyo el paisaje campestre de la infancia y de la adolescencia, pero  visto desde la madurez y desde la ciudad en la que escribe. Un paisaje mirado con amor, ensimismado, el de alguien “que nunca ve en las cosas la triste realidad de su apariencia”, por decirlo con sus palabras, que hago mías como paisano suyo. Porque nací en esa misma tierra y porque, cuando el poeta evoca su Zamora natal roza la mía, la única que he vivido y a duras penas conservo en mis recuerdos: la que quiero reconocer en las estampas que él me ofrece, en “esa casa abierta para todos”, en su libro Conjuros

Así que cómo no celebrar esta edición pensada para jóvenes y hecha por dos poetas claudianos, es decir zamoranos, que además trabajan con jóvenes.

Seve Calleja

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