Las advertencias de Maalouf sobre el destino del mundo

Hace poco más de treinta años el mundo de los lectores se volvió loco por León, el Africano, la novela de un debutante en la narrativa llamado Amin Maalouf, nacido en Líbano, pero residente en Francia desde temprana edad y con el idioma francés como lengua narrativa. En realidad León, el Africano se benefició del enorme éxito de El médico, una novela del estadounidense Noah Gordon que se había convertido en un éxito inmediato por su mezcla de historia, lugares exóticos, aventuras insólitas y acumulación de peripecias. León, el Africano era lo mismo, pero mejor escrito, con una prosa que trataba de imitar el lenguaje de las versiones de Las mil y una noches que han llegado hasta nosotros, a mitad de camino del mito y la historia. Y un cierto encanto naif y asombrado ante las maravillas que se contaban.

Después de ese éxito se publicaron las novelas posteriores de Maalouf, e incluso se recuperó un ensayo anterior, Las cruzadas vistas por los árabes, que también tuvo su repercusión. Y así llegaron Samarcanda, Los jardines de luz, La Roca de Tanios, Las escalas de Levante o El viaje de Baldasarre, e incluso una novela de ciencia-ficción, El primer año después de Beatrice. Con el tiempo Maalouf fue incorporando a sus libros la historia de su familia, se fue acercando en la historia al siglo XX, y poco a poco su escritura fue evolucionando, perdiendo su encanto naif y acercándose al ensayo, que es por donde ha transitado en los últimos diez años. Pero, ahora, y, según dice, por las circunstancias del mundo, ha decidido volver a la narrativa porque cree que hay cosas que solo se pueden contar así. Estoy de acuerdo. La inventiva viene a sustituir a la historia con ventaja en algunos casos.

El asunto es que ha publicado Nuestros inesperados hermanos, una novela donde el mundo está al borde del enfrentamiento definitivo y, entonces, surge una organización legendaria, una especie de secta que ha estado escondida varios siglos, que paraliza el mundo para decirle que por ahí va mal. Me recuerda  a Ultimátum a la Tierra, aquella película de Robert Wise del año 1951, cuyo título original era El día que pararon la Tierra, y en la que aparecía un extraterrestre que nos decía a los humanos que esas bombas que manejábamos con soltura y despreocupación podían acabar con nosotros. Esta novela viene a ser lo mismo, con una trama un poco  más elaborada y narrada desde un pequeño islote donde vive el protagonista. No entraré en los hechos que va contando, que tampoco son gran cosa, ni en las conversaciones, digamos, filosóficas, entre el protagonista y el representante de los sabios y de los poderes terrenales, pero si comentaré que me parecen un tanto simples. Pero, lo peor es que Maalouf ha perdido definitivamente el encanto de su escritura, aquel que fascinó a todo el mundo y que ya no aparece en su obra.

Nuestros inesperados hermanos es una novela plana, exenta de atractivo, vieja en el sentido que ya conocemos todo lo que se nos narra y sin puntos de inflexión que hagan avanzar la acción y nos enganchen para continuar la lectura. En fin, el tiempo pasa para todos. Quizá si leemos ahora las primeras novelas de Maalouf descubramos que tampoco eran para tanto. Así que no lo voy a hacer y seguiré pensando que, en su momento, este escritor vino para dar una lección de narrativa diferente. Pero los completistas, ya se sabe, tienen que tener todo lo escrito por sus ídolos. Ahí es donde tiene su razón Nuestros inesperados hermanos.

Félix Linares

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