El tocho. La sociedad del espectáculo de Debord

La alienación del espectador en beneficio del objeto contemplado (que es el resultado de su propia actividad inconsciente) se expresa así: cuanto más contempla, menos vive, cuanto más acepta reconocerse en las imágenes dominantes de necesidad, menos comprende su propia existencia y sus deseos. La exterioridad del espectáculo respecto del hombre activo se manifiesta en que sus propios gestos ya no le pertenecen a él, sino a otro que los representa. Es por eso que el espectador no se siente en su sitio en ninguna parte, porque el espectáculo está en todas.”

Esta es una de las 221 máximas que componen La sociedad del espectáculo de Guy Debord. Filósofo y cineasta experimental, el parisino Debord fundó la Internacional Situacionista en 1957, grupo de artistas y revolucionarios que llevaron a la práctica su crítica radical durante el Mayo del 68, al que influyeron de forma decisiva, en asociación con el grupo anarquista de los “enragés”. Un año antes, en 1967, Debord había publicado el libro que ahora recuperamos, La sociedad del espectáculo, el análisis crítico más revelador de la última estrategia alienante del capitalismo (su conversión en imagen espectacular), y el que más ha influido, de forma solapada, en el actual pensamiento de izquierdas.

Según Debord, el capitalismo moderno ha optado por el “espectáculo” (la representación por medio de imágenes de la globalidad de las mercancías) como medio más eficaz para la colonización íntegra de la vida –tanto física como psicológica- de las masas. En nuestra época, el espectáculo es capital en tal grado de acumulación que se transforma en imagen. O dicho en un lenguaje más asequible, una imagen atrayente se vende tan bien, es vehículo tan privilegiado para hacer negocios, que se convierte en la forma más segura de incrementar el capital, hasta transformarlo en pura representación.

En esta coyuntura no sólo es alienante el trabajo sino también el ocio, compuesto por un denso conglomerado de mercancías espectaculares –televisión, cine, teatro, melodías banales, deportes, etc.- recibidas de manera unilateral (sin que participemos para nada en su creación), y tendentes a reforzar la pasividad y la dependencia psicológica del sistema. Una consecuencia lógica es que todo lo que aparece en el espectáculo es falso, (el mejor ejemplo: la TV), porque todo es mercancía, todo tiene la función de hacer negocio, al mismo tiempo que alimenta el consenso ideológico.

Otra de las consecuencias, todavía más negativa, es que no vivimos nuestra historia, no la hacemos nosotros; trabajo y ocio son confeccionados para nosotros desde el espectáculo, nos limitamos a vivir la vida programada por el espectáculo. Salir del tiempo espectacular y recuperar el tiempo vivido se convierte así en tarea prioritaria para nuestra liberación, pero si quieren conocer las dificultades con que se encontrarán los rebeldes que se decidan a abordarla, deberán leer este ensayo, denso y complejo, brillante heredero del legado de Hegel y Marx.

Contemplar nuestra sociedad con cierta distancia crítica basta para comprobar que este texto, el más importante que ha producido la heterodoxia marxista en el siglo XX, sigue en plena vigencia.

Javier Aspiazu

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