El tocho. Las bodas de Cadmo, Harmonía y Calasso

El dios griego no impone mandamientos. ¿Y cómo podría prescribir un acto, si él ha cometido ya todos los actos buenos y malvados? En Grecia circulaban máximas que aspiraban a la misma universalidad que los mandamientos. Pero no eran preceptos descendidos del cielo. Si lo observamos de cerca, en su insistencia sobre el sophronein, sobre el control, sobre el peligro de cualquier exceso, descubrimos que tienen un carácter completamente distinto: son máximas elaboradas por los hombres para defenderse de los dioses. Los griegos no sentían la menor inclinación por la templanza. Sabían que el exceso es el dios y que el dios altera la vida. Cuanto más inmersos se sentían en lo divino, más deseaban mantenerlo a distancia, como esclavos que se pasan los dedos por las cicatrices. La sobriedad occidental, que dos mil años después, se convertiría en el sentido común, fue al inicio un espejismo entrevisto en la tempestad de las fuerzas.

Este es un párrafo de Las bodas de Cadmo y Harmonía de Roberto Calasso. El tercero de los libros del gran ensayista italiano, cofundador de la prestigiosa editorial Adelphi, apareció en 1987 y supuso un hito en la apreciación de la mitología griega. Utilizando multitud de fuentes clásicas, a veces muy poco conocidas, Calasso mezcla de forma sorprendente la reflexión filosófica, la historia comentada, la antropología y el relato literario en un recorrido a veces laberíntico, pero siempre fascinante, por los mitos griegos. La andadura se inicia con Zeus transformado en toro, raptando sobre sus lomos a la doncella Europa, y termina trescientas setenta páginas después con el rey Cadmo invitando a todos los dioses a sus esponsales con Harmonía, última vez en que coinciden dioses y hombres. Cadmo, según la tradición griega, inventará el alfabeto y su figura simboliza el paso del mito a la historia escrita. Entre un cabo y otro, asistimos al nacimiento del universo y de los dioses olímpicos, a sus desvaríos amorosos, que no se detienen, como en el caso de Zeus, ante el estupro y el incesto, y a la azarosa y violenta interacción entre dioses y hombres.

Según los griegos, es la presencia de lo divino en la vida humana la que hace a ésta digna de ser vivida, aunque a menudo conduzca a la pasión, al exceso, a la locura, o a la muerte; tal como les asaltan a los héroes, a Teseo, Jasón, Ulises o Aquiles, a Medea o Ifigenia. Junto a esta idea fundamental, Calasso destaca la ambivalencia del mito, su pluralidad de sentidos y versiones. Y pone como ejemplo supremo el de Helena de Troya, que quizá solo fuera un simulacro: una de las versiones del mito de Helena nos cuenta que esta recaló con su raptor, Paris, en Egipto, donde el faraón se incautó de sus bienes y le impidió la salida de Menfis. Lo que Paris se llevaría a Troya, entonces, fue una doble, un simulacro. El engaño se erige así, ya desde la Grecia clásica, en motor de la literatura y la historia.

Les diré por último que Calasso cautiva al lector con una prosa poderosa, concisa, de asombrosa inteligencia. Con ella consigue hilvanar un texto de sabiduría desbordante, que exigiría repetidas lecturas. Me refiero a Las bodas de Cadmo y Harmonía de Roberto Calasso, en editorial Anagrama.

Javier Aspiazu

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *