Trabajar en Justicia y no morir en el intento, Alcedo dixit

Miren Alcedo Moneo es licenciada en Historia y doctora en Antropología. Ha trabajado en prensa, en educación y, desde 2005, es funcionaria de carrera de la Administración de Justicia en la Comunidad Autónoma Vasca. Además ha publicado algunos libros interesantes como Militar en ETA, el título lo dice todo, y La identidad pactada, un texto sobre el ambiente socio-político que llevó a la firma en 1981 del Concierto Económico. Schubert nunca trabajó en justicia es su primer libro de ficción, aunque muy pegado a su realidad como funcionaria. En la novela (o libro de relatos con un hilo común, como se quiera) se abre una puerta al mundo hermético y desconocido de la administración de Justicia y especialmente al de las trabajadoras que lo sustentan, las funcionarias, la mayoría mujeres, que trabajan en ese mundo. Son tramitadoras, auxiliares o gestoras. En el libro se llaman Carmiña, Maricarmen, Carmentxu o Karmele. Y a pesar de que tienen una apariencia de indiferencia, frialdad y distancia, la procesión va por dentro. Estamos realmente ante un libró único en su especie.

El mundo de la Justicia que describe Alcedo es tremendo: clasista, jerárquico hasta la paranoia, machista e inmisericorde. La primera conclusión a la que llega el lector al terminar este libro es que ojalá nunca, nunca, deba utilizar esta justicia tan injusta, y valga la contradicción, para solucionar un problema. Porque como ya decía Platón hace 2400 años, al que se recuerda en el libro, “la justicia no es otra cosa que la conveniencia del más fuerte”. Porque en todo este entramado parece que el ciudadano de a pie (el que tiene poderes, dinero y abogados es otra cosa) poco puede hacer ante la maquinaria de la justicia. Se llega incluso hasta el maltrato, cuando a otros, culpables incluidos, se les rinde pleitesía… Si encima el más fuerte es avalado por algún tipo de jueces, “apaga y vámonos”. Porque como bien dijo la magistrada Garbiñe Biurrun, a la que también se cita, “a mí me parecería socialmente útil que las personas que ejercemos la función judicial, no digo ya que tengamos que tener especiales cualidades, pero sí que por lo menos no tengamos especiales defectos. Estamos hablando de un mínimo equilibro mental”. Y es que, como decíamos hace un momento, este pequeño mundo es un mundo muy jerarquizado. En la punta de la pirámide estarían jueces y fiscales, después los secretarios (letrados de la administración, ahora) y finalmente la tropa, las administrativas de la justicia. Un ecosistema donde se practica el autoritarismo. ¡Ay de ti, si le llamas la atención a un juez, aunque esté equivocado! Y luego está, claro, el abuso de poder. ¡Todo un panorama!

Este “estado de cosas” desquiciante lo sufrirá el ciudadano, evidentemente, pero también, y en primera persona, casi todos los días, lo sufrirán las funcionarias y las interinas que entran en el sistema con grandes expectativas, con un verdadero sentido del servicio público a la ciudadanía, pero que pronto se queman ante este panorama y que por eso se muestran tan distantes con los ciudadanos. Y así Carmiña, Karmele, Maricarmen, Carmentxu, Carmela, Mamen, Carmelita, cada una con sus circunstancias vitales, hacen lo que pueden. Curiosamente, a pesar del panorama, la autora abre al final una puerta a la esperanza, que no parece cuadrar con lo contado pero que se apoya en lo logrado en algunos juzgados pequeños, en el compromiso a prueba de bombas de algunas funcionarias y de algunos jueces y juezas más jóvenes y más comprometidos. Ojalá esa luz al final del túnel se convierta en un amanecer luminoso, aunque el problema es el sistema y, como hemos visto repetidamente, no parece que el propio sistema pueda ser cambiado desde arriba. Los poderosos raramente renuncian a sus prebendas por propia voluntad.

Schubert nunca trabajó en justicia de Miren Alcedo Moneo, publicado por Txalaparta. Un libro de ficción muy real en el que uno entra de una manera y sale de otra, porque te deja conmocionado.

Enrique Martín

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