D.H. Lawrence perdido y encontrado en sus islas

De entre sus poemas, recordamos unos versos de la escritora bilbaína María Eugenia Salaverri: “Todo hombre tiene su isla, y ha de cuidarla, porque no hay nada más triste que una vida vivida en isla ajena”, que parecen inspirados –o inspiradores- en las tribulaciones del ermitaño Cathart, protagonista de este breve tríptico de relatos del escocés D.H. Lawrence, cuya postura vital de desarraigo se nos muestra en la obsesiva búsqueda de una vida que no encuentra ni en la sociedad con la que no comulga, ni en el matrimonio en el que no congenia, ni en la pretendida soledad.

El hombre que amaba las islas reúne tres escuetas narraciones, en la primera de las cuales encuentra una isla y la puebla de súbditos, bienestar y fortuna. Y él es Amo. Cuatro años después la abandona para mudarse a una menor y aledaña a la anterior. Momentáneamente se siente feliz, escribe, se casa y tiene un hijo. Hasta que busca otra isla, donde su única satisfacción es estar solo y donde se tiene que enfrentar consigo mismo y sus obsesiones.

Tan breve como inquietante, ilustrado con sutiles imágenes esquemáticas de Begoña Fumero, el relato se hace metáfora de la existencia  humana, observada desde el fondo de nuestra condición: anhelamos lo que no tenemos, lo que sí poseemos no sabemos cuidarlo o nos hastía y la búsqueda de lo imposible nos destruye. Contado aquí con la agilidad compartida de un conjunto de alumnas y alumnos de la Escuela Literaria Billar de Letras. Publica primorosamente Ediciones Traspiés en su colección Vagamundos.

Seve Calleja

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