Juan Manuel Gil, elegante mirada metaliteraria a la infancia

Tras la publicación de la novela Un hombre bajo el agua, el narrador y protagonista de Trigo Limpio recibe un correo electrónico de Simón, su amigo de la infancia, del que no sabía nada desde hacía veinte años. En el correo atento y entusiasta, ese amigo le pide que rememore los años del colegio y muy en concreto un día determinado. Al leer la novela, comprendemos que en realidad, lo que estamos leyendo respondería, dentro de la ficción, a ese deseo. Trigo limpio arranca en la primera mitad de los años noventa, cuando se amplió el aeropuerto de Almería, sin tener en cuenta el barrio aledaño en el que vivía el narrador. “Mi forma de contar siempre ha estado marcada por la niñez y  la adolescencia que viví allí, a la sombra alargada del aeropuerto, en la calle Jarrera, número tres, a escasos cincuenta metros del punto en que viraban los aviones para iniciar el despegue”, explica. La ampliación del aeropuerto obligó también a cerrar el que había sido su colegio y, aunque se trasladaron a otro nuevo, las antiguas instalaciones se convirtieron en el lugar en el que los chicos del barrio hacían, más o menos, de todo, según el tramo de edad: deporte, primeros cigarrillos, peleas, sexo. Un día, durante un partido del fútbol, el narrador chuta con tanta fuerza el balón que lo envía a la pista del aeropuerto. Sin pensarlo, salta la valla y corre por el aeropuerto, obligando a un avión que estaba a punto de aterrizar a levantar el vuelo. La escaramuza termina con el niño en el cuartelillo de la Guardia Civil. Allí conocerá a Huéscar, un misterioso hombre, detenido por presunta falsedad documental, con el que entablará un diálogo que tendrá mucha trascendencia en la historia.

Trigo limpio se empieza a leer como un relato divertido de los años de la infancia y primera juventud, esos años previos al instituto, de trastadas y excursiones a través de los túneles y pasadizos del barrio; no en vano, la idea del pasadizo cumple una doble función literal y metafórica; sin embargo,  enseguida comprendemos que no estamos solo ante la recreación de las andanzas de un mundo que ya no existe, sino ante una especie de tratado en marcha sobre la novelística. El escritor nos explica por qué decide contar lo que nos cuenta, por qué cierto orden, cierto ritmo, ciertas digresiones, cierta elección del narrador… Por eso, más allá de la lectura del plano principal hay otra metaliteraria que deberían leer todas las personas que estén pensando en lanzarse a la escritura.

Juan Manuel Gil, armado con una prosa elegante y fresca, echa mano del humor, a veces, otras, de la ternura -aunque no se empantana en la nostalgia- para desarrollar esta propuesta inteligente, que apela a la complicidad de lector, que solo al final de la novela comprenderá hasta dónde llegaba este juego estimulante que comprende, además, páginas bellísimas, como aquellas en las que cuenta cómo la primera vez que voló pudo ver su barrio sobre las alturas, pero, sobre todo, no puedo ver lo que el aeropuerto se había llevado por delante.

Este autor, nacido en Almería en 1979, al que conocimos a través del divertidísimo libro Mi padre y yo. Un western y al que leímos también en la editorial donostiarra Expediciones Polares, ha escrito poesía y otras novelas como Inopia o Las islas invertebradas. Con Trigo Limpio firma una de las novedades más potentes de la temporada, que llega avalada por el Premio Biblioteca Breve.

Txani Rodríguez

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