Las tumbas que visitó Mariana Enríquez

En más de una ocasión he dejado claro mi entusiasmo por los escritos de Mariana Enríquez, representante máxima del gótico andino, esa corriente fantástica que entrelaza géneros anteriores, sí también hereda algo del realismo mágico, y crea una nueva forma anclada mas en el cuento que en la narración larga. Es cierto que Mónica Ojeda parece abanderar el movimiento, pero siempre estará antes Mariana Enríquez que nos ha dado unos magníficos volúmenes de relatos y una novela mejorable. Ahora nos presenta la parte documental de su producción con estas visitas a cementerios que ya habían tenido una edición anterior, pero que ahora se ve incrementada con otros ocho recorridos funerarios correspondientes a los últimos años.

Sabemos que la visita a los cementerios, incluso a aquellos que nos son ajenos, en los que no está enterrado nadie cercano a nosotros, es una costumbre bastante extendida, sobre todo cuando hay famosos de por medio. Así, por ejemplo, todo el mundo habla del cementerio de Pere Lachaise porque allí yacen Oscar Wilde y Jim Morrison por citar dos extremos del famoseo. Mariana Enríquez prefiere otros lugares. No es que no haya ido a Graceland a ver la tumba de Elvis o haya buscado la de Bon Scott en un olvidado cementerio australiano, pero lo suyo son cosas menos mundanas, e, incluso, su propia biografía que aparece aquí entreverada con los paseos, desde el amor arrebatado por un músico en el primero de ellos, hasta las andanzas barcelonesas de una mujer que no sabe si exiliarse o quedarse en Argentina en los tiempos difíciles.

Seguramente lo que más buscarán los lectores en este libro serán las citas con mausoleos, estatuas, nombre famosos y peculiaridades de los cementerios visitados. Poco de eso se da en los recorridos por los cementerios de Donostia que visita la autora como con prisa y cierta desgana, con la idea de que no va a encontrar experiencias paranormales, ni nombres sonoros e incluso desperdicia la cita de “Vulnerat omnes, ultima necat” que ve escrita y sobre la que pasa sin mayor aclaración.

Enríquez escribe bien., y el asunto que trata es de su agrado así que, a veces se entusiasma y habla de la historia de los grandes nombres y de los artistas que ornamentaron sus tumbas. Está bien el libro, entretiene, permite la lectura fragmentaria, interesa hasta donde interesen estos asuntos al lector y quizá desate las ansias de viajar por las necrópolis del mundo. En mi no lo ha conseguido, pero es que yo soy muy de servirme de los referentes documentales y de mi imaginación. Y tanto joven y niño muertos cuando aún no habían tenido la oportunidad de vivir lo suficiente, acaba convirtiéndose en algo repetitivo. Espero con ansiedad el nuevo libro de relatos de Mariana. Que llegue cuanto antes. Mientras tanto podemos servirnos de estos libros que están bien, pero a los que les falta algo para la excelencia.

Félix Linares

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