El tocho. La parranda del gallego Eduardo Blanco-Amor

Cuando yo era todavía un muchacho, seguía hablándose del asunto este entre las gentes de Auria, ciudad donde nací y donde los sucesos ocurrieron. Se contaba de muchos modos, y las coincidencias no casaban más que al final, que en todos era el mismo.

Al ir haciéndome mozo y dar en esa lamentable manía de escribir, hablé con la gente de aquel tiempo, pregunté a unos y a otros y leí los viejos diarios locales que pude encontrar, amontonados y en desorden, en el desván del Casino de Caballeros. Este era el centro de reunión de las “fuerzas vivas” y de los comerciantes maragatos, que, por ser todos ellos denodados jugadores de mus y de codillo, carecían de pasión por las crónicas locales capaces de convertirse en historia o en literatura, y estaban, asimismo, privados de toda propensión a cualquier ordenamiento coleccionista que fuese más allá de sus contabilidades y expedientes”.

Así comienza La Parranda (A Esmorga) de Eduardo Blanco-Amor. Rescatamos a un extraordinario escritor gallego, nacido a fines del siglo XIX en Orense y muerto en Vigo en 1977. Blanco-Amor emigró en su juventud a Buenos Aires donde residió cincuenta años, y además de dedicarse al periodismo, publicó una variada obra, tanto en gallego como en castellano. Es autor de, al menos, dos novelas magníficas: La catedral y el niño, reeditada por Libros del Asteroide en 2014, y la que hoy recordamos, todo un hito de la literatura gallega, publicada en 1959 con el título de A esmorga, y traducida al castellano por el propio autor.

Blanco-Amor pasa de su barroquismo característico, en la breve introducción del supuesto investigador de los hechos, a recrear con maestría el habla popular, por medio de uno de los tres protagonistas: Cibrán el “Castizo”, quien cuenta en primera persona, ante el juez, los acontecimientos, tal y como él los vivió. El lunes por la mañana salía de la chabola de su querida con la intención de no faltar al trabajo, cuando inesperadamente encuentra a sus dos amigos, Juan el “Bocas” y Eladio el “Milhombres”, que están de parranda. Enseguida consiguen torcer su voluntad y que se una a ellos para seguir la juerga. El hielo invernal y la lluvia inmisericorde no les impiden dar tumbos entre tabernas y prostíbulos, de donde son rechazados dejando siempre un rastro destructivo a su paso, regado con abundante vino y aguardiente.

En la relación entre el Bocas y el Milhombres hay una pulsión homosexual y algo masoquista, que Cibrán, a menudo, describe con rechazo. Esta será la causa del funesto desenlace, cuando el violento y testarudo Bocas, líder del grupo, decide terminar la parranda yaciendo con mujer.

Hasta aquí el apretado resumen, de una novela de cortas dimensiones, pero de largo calado en el recuerdo. La Parranda es un alucinado y trágico viaje al fin de la noche, lleno de momentos memorables, escrito con una inmensa capacidad de sugestión, de la que dan prueba las dos adaptaciones cinematográficas que se han hecho de este relato.

La última impresión en castellano es de la asturiana Trea ediciones, de hace ya dos décadas. Les aseguro que vale la pena conseguirla, y que disfrutarán con la rica y recia prosa del autor, mientras comparten el brutal descenso a los infiernos de los tres juerguistas de La Parranda de Eduardo Blanco-Amor.

Javier Aspiazu

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