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Un luchador con demasiado "sake"

El sumo ha perdido a su último campeón. Perdido, en sentido figurado, porque al muchacho es fácil encontrarle hasta en un vagón de metro de Tokio.

El yokozuna Asashoryu Akinori se cortó ayer la coleta entre lágrimas. Vino a decir lo mismo que ese gran filósofo de la actualidad que fue Dinio: “la noche me confunde”. Akinori es al sumo lo que el Barcelona al fútbol. Ha sido el primer luchador capaz de ganar los seis grandes torneos que se disputan en un año.

Asashoryu Akinori, en un casting para anunciar desodorantes

Asashoryu Akinori, en un casting para anunciar desodorantes

Para quien se despiste le diré que el sumo es ese deporte que es como un debate entre dos políticos en periodo electoral pero con menos palabras. Claro que los sumotoris resultan algo más honestos: lo hacen en calzones y sin usar gráficas.

Akinori nació en Ulan Bator, capital de Mongolia (como sabe cualquiera que haya jugado al Trivial), hace 29 años. Y a pesar de ese estereotipo que abunda sobre que los mongoles son unos señores bajitos y menudos que se ponen unos sombreros muy raros para ir a caballo, este chico mide 1,80 y da 148 kilos en la romana después de haber hecho footing. Un angelito. Solo verle con las bragotas de competir echándose arroz sobre los hombros debía generar entre sus rivales cierta laxitud en los esfínteres.

Sake y bolea

Pero si Akinori era devoto del sumo como deporte, lo es menos del “sumo” como bebida. En lugar del “sumo” de frutas prefiere los espirituosos. Le va el sake. Y después del sake, como si lo suyo fuera el tenis en vez del sumo, la bolea.

Akinori ha manifestado cierta tendencia a manosear gente tras haber trasegado unos copazos. Y si el que manosea es Joselito, “El Pequeño Ruiseñor”, pues no pasa nada, pero si te manosea un tipo de 150 kilos habituado a repartir bofetadas a personal de la misma talla, la XXXXL, los resultados son nefastos. Al último señor que manoseo Akinori en un bar tuvieron que hacerle un injerto para poder dejarle en la cara una nariz con dos agujeros, como la de todo el mundo. La única ventaja de la víctima es que por fin se pondrá lentillas, visto que no le queda dónde sostenerse las gafas.

Antes de eso ya había aparecido en un acto público con el kimono convertido en un empapador de aguardiente y se había difundido un vídeo de él jugando al fútbol, imagino que con un balón de playa, el mismo día que renunció a un combate benéfico alegando una lesión. Aunque bien pensado, las broncas en los bares para Akinori eran una especie de acto benéfico: hacía su trabajo gratis.

Esto resulta intolerable en un país, Japón, en el que los ciudadanos se plantean hacerse el harakiri si les pillan saltándose la cola de la pescadería. Y eso que allí está muy justificado saltarse la cola de la pescadería, no hay quien se coma un pescado pasado, y crudo mucho menos.

Las reglas del honor que regulan el sumo, deporte nacional nipón, han obligado a Akinori a retirarse. Pero no creo que tenga problemas para buscarse la vida.

Ahora hay mucha demanda de cobradores del frac. Y, de verdad, a pesar de que hacerle un frac debe costar una pasta, seguro que resulta rentable.

Un luchador con demasiado “sake”

El sumo ha perdido a su último campeón. Perdido, en sentido figurado, porque al muchacho es fácil encontrarle hasta en un vagón de metro de Tokio.

El yokozuna Asashoryu Akinori se cortó ayer la coleta entre lágrimas. Vino a decir lo mismo que ese gran filósofo de la actualidad que fue Dinio: “la noche me confunde”. Akinori es al sumo lo que el Barcelona al fútbol. Ha sido el primer luchador capaz de ganar los seis grandes torneos que se disputan en un año.

Asashoryu Akinori, en un casting para anunciar desodorantes

Asashoryu Akinori, en un casting para anunciar desodorantes

Para quien se despiste le diré que el sumo es ese deporte que es como un debate entre dos políticos en periodo electoral pero con menos palabras. Claro que los sumotoris resultan algo más honestos: lo hacen en calzones y sin usar gráficas.

Akinori nació en Ulan Bator, capital de Mongolia (como sabe cualquiera que haya jugado al Trivial), hace 29 años. Y a pesar de ese estereotipo que abunda sobre que los mongoles son unos señores bajitos y menudos que se ponen unos sombreros muy raros para ir a caballo, este chico mide 1,80 y da 148 kilos en la romana después de haber hecho footing. Un angelito. Solo verle con las bragotas de competir echándose arroz sobre los hombros debía generar entre sus rivales cierta laxitud en los esfínteres.

Sake y bolea

Pero si Akinori era devoto del sumo como deporte, lo es menos del “sumo” como bebida. En lugar del “sumo” de frutas prefiere los espirituosos. Le va el sake. Y después del sake, como si lo suyo fuera el tenis en vez del sumo, la bolea.

Akinori ha manifestado cierta tendencia a manosear gente tras haber trasegado unos copazos. Y si el que manosea es Joselito, “El Pequeño Ruiseñor”, pues no pasa nada, pero si te manosea un tipo de 150 kilos habituado a repartir bofetadas a personal de la misma talla, la XXXXL, los resultados son nefastos. Al último señor que manoseo Akinori en un bar tuvieron que hacerle un injerto para poder dejarle en la cara una nariz con dos agujeros, como la de todo el mundo. La única ventaja de la víctima es que por fin se pondrá lentillas, visto que no le queda dónde sostenerse las gafas.

Antes de eso ya había aparecido en un acto público con el kimono convertido en un empapador de aguardiente y se había difundido un vídeo de él jugando al fútbol, imagino que con un balón de playa, el mismo día que renunció a un combate benéfico alegando una lesión. Aunque bien pensado, las broncas en los bares para Akinori eran una especie de acto benéfico: hacía su trabajo gratis.

Esto resulta intolerable en un país, Japón, en el que los ciudadanos se plantean hacerse el harakiri si les pillan saltándose la cola de la pescadería. Y eso que allí está muy justificado saltarse la cola de la pescadería, no hay quien se coma un pescado pasado, y crudo mucho menos.

Las reglas del honor que regulan el sumo, deporte nacional nipón, han obligado a Akinori a retirarse. Pero no creo que tenga problemas para buscarse la vida.

Ahora hay mucha demanda de cobradores del frac. Y, de verdad, a pesar de que hacerle un frac debe costar una pasta, seguro que resulta rentable.