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Lionel Messi, el artista que descubre el gol que cada balón lleva dentro

Niñoooo, deja ya de joder con la pelotaaaa. Quien tarareaba esa canción ayer en Barcelona no era Serrat. Era Arsene Wenger. El habitualmente flemático entrenador del Arsenal terminó con los pelos como el cantante de Tokyo Hotel.

El club londinense se cayó en el Camp Nou con todo el equipo. Bueno, con medio equipo, teniendo en cuenta las lesiones de Fábregas, Arshavin o Van Persie entre otros.

A pesar de los pesares, los cañoneros ingleses empezaron disparando. Le marcaron un tanto al Barcelona mientras los azulgranas aún se estaban ordenando. Pero cuando toda la gente de Guardiola se puso en su sitio, al Arsenal se le mojó la pólvora. A los veinte minutos ocurrió lo peor para cualquier rival del Barcelona: el maestro Xavi soltó al travieso Messi. Xavi levitando en el círculo central con la regla y el cartabón en los pies y Lionel Messi trasteando al borde del área constituyen la premonición del desastre para cualquier grupo que salte al césped del estadio barcelonista con una camiseta que no sea azulgrana.

Xabi le da al pequeño gigante argentino balones que son como ceras de colores en un pasillo pintado de blanco. Y Lionel tiene un don que le permite dibujar monigotes en el área de cualquiera. Lo hace a pie alzado. Sin necesidad de cuadrículas ni bocetos. Messi posee el mismo talento que Miguel Angel Buonarrotti. El genio renacentista aseguraba que el no esculpía el mármol, solo sacaba de dentro de la piedra la escultura que estaba presa. Lo hacía espontáneamente.

Así se quedó el flemático Arsene Wenger cuando Messi marcó el cuarto gol ayer

Así se quedó el flemático Arsene Wenger cuando Messi marcó el cuarto gol ayer

Lionel Messi es capaz de desentrañar en cada balón el gol que lleva dentro. No necesita para ello grandes teorías del balompié. Solo juega. Solo pinta monigotes de colores a una velocidad increíble. Luego, cuando una ve al portero en cuestión recogiendo el cuero de dentro de la malla, y al chico corriendo con los brazos en alto, se da cuenta de que esos monigotes trazados con los pies son una auténtica obra de arte. Instantánea y fulgurante.

Hasta sus marcadores, que al principio tratan de pararle, terminan siguiendo boquiabiertos los movimientos de Messi, no ya con la imposible intención de sacarle el esférico, sino de tratar de saber cómo acabará la cosa. La mayoría de las ocasiones no muestran gesto de contrariedad, sino de sorpresa.

Además, Lionel es un argentino atípico. Su lengua es mucho menos hábil que sus pies. Habla poco y no dice nada. Lo que quiere es jugar.

Ayer, cuando después de lograr 4 goles en un cruce vital de la Liga de Campeones frente a un gran equipo, abandonaba el césped quiso llevarse el esférico. Todos los futbolistas que transforman tres o más tantos en un partido lo hacen. La mayoría se van con el cuero agarrado fuerte bajo un brazo, otros aprovechan la camiseta como si fuera un saco y los menos la sujetan sobre la mano. Messi se la llevó botando. Como un chaval que vuelve a casa por el parque después de sudar una pachanga con los amigos del barrio. Quería seguir jugando.

Y Wenger tarareaba, en el túnel de vestuarios, lo de “Niñoooo, deja ya de joder con la pelotaaaa”.