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Vera, el “traburko” de Caparrós

Con Urko Vera en el campo el Athlétic se arma con un trabuco. Lo comprobaron en Getafe. Eso exige disparar muy de cerca y sin remilgos. Pero tampoco es preciso apuntar. Hay que llevar el balón a empujones hasta el área y lanzarlo alto, no se necesita precisión. Fernando Llorente y Javi Martínez hacen tanto daño en el área rival que el balón termina entrando. En ocasiones casi por iniciativa propia, suplicando el cuero que no le den más cabezazos, que ya le han arreado bastantes. Otras veces son los propios rivales quienes se hacen un autogol como pidiendo clemencia, rogando que baje el nivel de correteo y empujón.

Joaquín Caparrós, reflexionando en el banquillo si sacar el traburko o no. No le quedan chicles y el resultado pinta mal.

Joaquín Caparrós, reflexionando en el banquillo si sacar el traburko o no. No le quedan chicles y el resultado pinta mal.

Soltar a Urko Vera sobre el césped sin retirar a Llorente supone destilar hasta el máximo la quintaesencia del fútbol elemental. Vera es capaz de liarse a empellones con los postes de la portería rival y de hacerse sitio entre una manada de elefantes que quisiera despejar un balón lateral. Si le arrojan un yunque a media altura, se lanzará en plancha con tal de que el yunque traspase la línea mágica. “Vivo del gol” , aseguró, pronunciando una frase que es toda una declaración de principios.

Vera y Llorente convierten el ataque del Athlétic en un trabuco. Los más finolis achacarán que prefieren un rifle de precisión, un fusil damasquinado de los que manufacturaban en Eibar, o un moderno subfusil de asalto. Pero llegada la hora del cuerpo a cuerpo, cuando la cosa se ha puesto peluda y el barro sustituye a la caballerosidad, no hay nada como un trabuco.

Fue el delantero de Txurdinaga quien despenó al Getafe rematando un balón llovido desde el córner, con la versión atacante de Gorka Iraizoz subido a la chepa, sin saltar, encogiéndose…pero mandando el cuero picado a la base del poste. En el minuto 94, en la única pelota que tocó con claridad. Los madrileños no pudieron desactivar un córner. Tampoco es extraño cuando el rival blande un trabuco en el fragor del área.

Urko Vera es la antítesis de Fernando Llorente. A pesar de que la altura y el peso son casi idénticos nada tienen en común salvo el gol y la camiseta. Llorente es un mocetón rubio y de ojos azules que podría pasar por un estudiante de Oxford. Fernando ha vivido siempre en la élite, con su tremenda exigencia, pero también con sus ventajas. Es el deseado, un cabeceador terrible que, además, juega de espladas como pocos y que es capaz de dibujar filigranas sobre la línea de fondo. Internacional, campeón del mundo.

A Urko no le esperaba nadie. Ha venido solo. Es un rematador que corre hasta la desesperación. Toquero en versión XL. Con el pelo casi rapado, los tatuajes y la dentadura irregular podría salir de una mina de Gales, de un bar de los suburbios de Brisbane o ser el defensa central del Celtic de Glasgow. Te lo podías encontrar en un gimnasio de Durban o entre la policía antidisturbios de Wisconsin. En cualquier caso, no parece un buen cliente.

Urko Vera celebra con delicadeza el gol que consiguió ante el Getafe

Urko Vera celebra con delicadeza el gol que consiguió ante el Getafe

Llorente celebra sus goles con satisfacción, con las manos abiertas y las palmas hacia arriba. A Vera, con el puño cerrado en alto, se le adivina una mezcla de rabia y alegría. Mucha alegría. Y mucha rabia.

Lo mejor para Caparrós es que ambos hacen que el Athlétic tenga un trabuco dentro del área, cargado con  muchos kilos de músculo, un montón de centímetros, paladas de clase y también hambre de gloria.

Oigan, que los finolis dirán lo que quieran, pero un trabuco acojona.

La soledad de San Mamés ante el penalti (a favor)

El Athlétic tenía el partido donde quería.

La grada de San Mamés empujaba como siempre, el balón volaba más que rodaba, como gusta a los rojiblancos, la presión rojiblanca enmarañaba los movimientos del Getafe. Todo pintaba bien hasta que sucedió lo temido. El peor de los sueños se materializó. Quien les habla se lo cuenta de primera mano porque estuvo allí. Y, de verdad, para cortar la tensión que flotaba en el aire hubiera sido poco un cuchillo. Hubiera hecho falta una motosierra.

Habrá personas inocentes que crean que me refiero a la expulsión de Orbaiz en el minuto 38. Se equivocan. La patada de Orbaiz en los blandos de Cortés, un hombre que nunca más pedirá huevos a la plancha en un restaurante, fue lo de menos. Los de Caparrós están tan acostumbrados a jugar con 10, ya sea por expulsión o por incapacidad transitoria de alguno de los que se encuentra sobre el campo, que hasta van más desahogados con uno menos. Parece que así encuentran más espacios y se aturullan con menor frecuencia.

Caparrós señala a un voluntario entre el público que estaba dispuesto a lanzar el penalti

Caparrós señala a un voluntario entre el público que estaba dispuesto a lanzar el penalti

Qué va. Hablo del penalti. Cuando el defensa del Getafe llamado Torres sujetó a Susaeta dentro del área de los madrileños y el eibarrés se dejó caer, se detuvo el tiempo sobre San Mamés. Las nubes se congelaron sobre el arco, y los puros que se quemaban en los palcos se apagaron. Javi Martínez, quizá fue él, se agarró la cabeza y se dirigió corriendo hacia Susaeta gritando un “pero qué has hecho” desgarrado. Los rojiblancos se arremolinaron en torno a Pérez Burrull suplicando que no pitara la pena máxima. “Se ha tropezado” susurraba Gurpegui. “Torres iba claramente al balón” repetía Iraizoz una y otra vez. Fernando Llorente vagaba dentro del área con los ojos en blanco.

Ahí fue cunado los del Getafe jugaron sus bazas. Recriminaron a Torres por la falta alevosa que había cometido e incluso solicitaron una y otra vez a Pérez Burrull que le sacara la roja. “Estaba dentro del área y era una ocasión clara de gol” insistió Casquero fuera de si.

Y el trencilla cántabro señaló el punto fatídico para el Athlétic. El arco de empezó a crujir. Del busto de Pichichi manaron unas lágrimas sanguinolentas. Una de las guardas de seguridad se convirtió en estatua de sal. Fernando Llorente, con el gaznate mas seco que el mueble bar de Paul Gascoigne, puso el balón sobre el punto. Se alejó como quien camina hacia un patíbulo. Cerró los ojos y golpeó al balón. La bola entró, que diría MacEnroe.

San Mamés se quitó de encima la tensión del maleficio del penalti. Las nubes siguieron corriendo, los puros volvieron a arder y la guarda de seguridad recuperó su carnalidad. La estatua de Pichichi sonreía.

Pero la alegría fue tan grande, el relax de tal calibre…que el Athlétic perdió contra 10 los dos puntos que había conseguido con un jugador menos. Y lo hizo en 10 minutos de juego.

El Getafe supó desde que vio oscilar a Susaeta en su área que el penalti le costaría la victoria al Athlétic. Que alguien hable ya con Aramís Fuster, por favor. Hable con ella.