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Neville y Scholes, man united

Siempre quedará la que yo llamo excusa-Iberdrola. Esa tan socorrida de echarle la culpa a la tensión. Pero Paul Scholes y Gary Neville, dos duros del fútbol inglés, se besaron en el centro de un césped como dos recién casados. Faltaron la lluvia de confetis y los acordes de “I will survive”.

Cierto que no era para menos. El Manchester United, al que los guays llaman ahora el “Maniu”, y el Manchester City, al que los mismos denominan como el City, se cruzaron este fin de semana. Ambos se jugaban mucho, los de rojo, de capa caída después de que Ferguson vendiera las joyas de la abuela podían desengancharse de la lucha por el título, y los de celeste, nuevos ricos en el fútbol de la ciudad, necesitaban ganar para entrar en la Champions.

Fueron noventa minutos de clinch continúo. Metían la pierna hasta los porteros. Sir Alex Ferguson comía chicle, pero si alguien le hubiera dado a la mano sus propias gafas también las hubiera masticado. Roberto Mancini llevaba la sempiterna bufanda albiceleste anudada a la traquea, como para que no se le note donde se le ajustan los cataplines en situaciones como esta.

Las dos aficiones estuvieron cantando noventa minutos en los que se corrió mucho, hubo faltas de todo tipo, cambios, córners, remates de volea, con la rabadilla, tarjetas…de todo menos fútbol.

Después de un gol en el descuento...lo que necesitas es amor

Después de un gol en el descuento...lo que necesitas es amor

Y en el minuto noventaidos aparecieron el fútbol y el amor, se calló una de las hinchadas y la otra gritó hasta que se les saltaron las cuerdas vocales.

Parecía que todo el pescado estaba desescamado y vendido cuando Nani, internacional portugués del United, se internó por la banda izquierda y metió un balón que era una bicoca al área del City. Allí pareció solo el sempiterno Paul Scholes, una especie de Guillermo el Travieso de treintaitantos años que habitualmente deja de estriar tibias para meter goles, y ejecutó un precioso remate de cabeza. Scholes es ese que parece el tío soltero de Rooney. La pelota, a la que sólo le faltaba el talco, entró a la red como un bebé, pegada al palo derecho de Shay Given, que se estiró para la foto pero sin esperanza alguna.

El United ganó el derby y se puso a un solo punto del liderato de la Premier. El árbitro pitó. Entonces, entre los acordes del I will survive, rodeados de jugadores cabizbajos vestidos de celeste, Gary Neville, el viejo capitán de los Red Devils, y el bermejo Paul Scholes, veterano de mil batallas, se encontraron, se abrazaron, y se besaron en la boca mientras Neville sujetaba entre sus manos los mofletes colorados de Scholes. Que nadie piense que será la foto del cártel del ya próximo día internacional del orgullo gay. Se trataba, señoras y señores, de viril camaradería de dos compañeros de vestuario.

La foto para lo del orgullo gay se la tenían que haber hecho al manager del Manchester United, Sir Alex Ferguson, que se iba bajando los pantalones rumbo al vestuario mientras se masticaba las gafas.

La ducha debió ser el no va más.

Siempre quedará la que yo llamo excusa-Iberdrola. Esa tan socorrida de echarle la culpa a la tensión. Pero Paul Scholes y Gary Neville, dos duros del fútbol inglés se besaron en el centro de un césped como dos recién casados. Faltaron la lluvia de confetis y los acordes de “I will survive”.

Cierto que no era para menos. El Manchester United, al que los guays llaman ahora el “Maniu”, y el Manchester City, al que los mismos denominan como el City, se cruzaron este fin de semana. Ambos se jugaban mucho, los de rojo, de capa caída después de que Fergusson vendiera las joyas de la abuela podían desengancharse de la lucha por el título, y los de celeste, nuevos ricos en el fútbol de la ciudad, necesitaban ganar para entrar en la Champions.

Fueron noventa minutos de clinch continúo. Metían la pierna hasta los porteros. Fergusson comía chicle, pero si alguien le hubiera dado a la mano sus propias gafas también las hubiera masticado. Roberto Mancini llevaba la sempiterna bufanda albiceleste anudada a la traquea, como para que no se le note donde se le ajustan los cataplines en situaciones como esta.

Las dos aficiones estuvieron cantando noventa minutos en los que se corrió mucho, hubo faltas de todo tipo, cambios, córners, remates de volea, con la rabadilla, tarjetas…de todo menos fútbol.

Y en el minuto noventaydos aparecieron el fútbol y el amor, se calló una de las hinchadas y la otra gritó hasta que se les saltaron las cuerdas vocales.

Parecía que todo el pescado estaba desescamado y vendido cuando Nani, internacional portugués del United, se internó por la banda izquierda y metió un balón que era una bicoca al área del City. Allí pareció solo el sempiterno Paul Scholes, una especie de Guillermo el Travieso de treintaytantos años que habitualmente deja de estriar tibias para meter goles, y ejecutó un precioso remate de cabeza. Scholes es ese que parece el tío soltero de Rooney. La pelota, a la que sólo le faltaba el talco, entró a la red como un bebé, pegada al palo derecho de Shay Given, que se estiró para la foto pero sin esperanza alguna.

El United ganó el derby y se puso a un solo punto del liderato de la Premier. El árbitro pitó. Entonces, entre los acordes del I will survive, rodeados de jugadores cabizbajos vestidos de celeste, Gary Neville, el viejo capitán de los Red Devils, y el bermejo Paul Scholes, veterano de mil batallas, se encontraron, se abrazaron, y se besaron en la boca mientras Neville sujetaba entre sus manos los mofletes colorados de Scholes. Que nadie piense que será la foto del cártel del ya próximo día internacional del orgullo gay. Se trataba, señoras y señores, de viril camaradería de dos compañeros de vestuario.

La foto para lo del orgullo gay se la tenían que haber hecho al manager del Manchester United, míster Fergusson, que se iba bajando los pantalones rumbo al vestuario mientras se masticaba las gafas.

La ducha debió ser el no va más.