Anita Glesta: entre Gernika y las Torres Gemelas

 

Ayer hablaba con Anita Glesta, una reconocida artista de Nueva York, en un hotel del Paseo Los Tilos de Gernika situado entre el Colegio de las Carmelitas y el de los Agustinos, que hicieron de “hospitales de sangre” en el 36.

Gernika es una villa que perdió su alma en abril del 36 y cuya reconstrucción sigue recordando a sus destructores. Los guerniqueses viejos, los perdedores al menos, que fueron mayoría, que fueron al menos los míos, siempre hablaron de un antes y un después. El antes era, fue el “tiempo normal”. Luego, nunca más.

  

En Gernika hay una Media Calle, aunque la calle es completa y central, y en Gernika hay un Paseo Los Tilos, aunque aquellos tilos preciosos que conocí fueran abatidos hace varias décadas, porque sus raíces abrazaban peligrosamente la carretera. Donde hoy está el hotel de nuestro encuentro hubo antes una clínica de partos, rodeada de villas y chalets. Hoy ha cambiado ese entorno, ha cambiado la villa, no necesariamente a mejor.

Me hubiera gustado contarle a Anita, a la búsqueda de narraciones, símbolos y animales, que las dos últimas imágenes del bombardeo que mi madre me trasladó a sus noventa años fueron las de unos aviadores prepotentes arrojando las cajas vacías donde llevaban las bombas y la de unas terneras colgadas en el Matadero Municipal, ennegrecidas, asadas por el fuego, comestibles.

Anita Glesta quiere exponer aquí, el 11 de septiembre, lo que el 26 de abril quiere exponer en Nueva York. Quiso llamar a su obra “Desde el cielo hasta el fondo”, ha decidido que finalmente se llame Guernica-Gernika. Quiere hermanar a víctimas de los cielos, de aquí y de allí, a las víctimas de todos los lugares bombardeados.

En Nueva York saben del Guernica, pero no saben de Gernika ni los guerniqueses que todavía tienen voz para contar lo que vivieron. Anita ha recogido testimonios de supervivientes de aquí y de allí, y los va a hacer protagonistas de una obra coral, los va a convertir en materia prima de su exposición. Está habituada a las obras de gran formato, interactivas, que estimulan la participación social.

Anita vivía frente y cerca de las Torres Gemelas. Vio cómo se estrellaba el primer avión, bajó las escaleras desde el piso 32 a todo correr, buscó a sus dos hijos en el colegio y salió corriendo, se alejó, porque sentía que lo peor estaba por llegar. Anita vivió en Euskadi, en San Sebastián, a comienzos de los setenta y corrió delante de los grises en el Boulevard. Allí aprendió a correr y le ayudó a correr con sus hijos de la mano el 11 de septiembre, a no quedarse mirando al cielo, como muchos de sus vecinos. Su domicilio quedó inhabitable, su perro –sólo tenía dos manos y no pudo tirar de él- falleció, intoxicado. Muchos murieron intoxicados. Siguen muriendo. Pero no se habla de ello.

Anita Glesta que supo de Gernika cuando otros compatriotas suyos sólo sabían del Guernica, ha hecho misión hermanar en el dolor, el recuerdo y la reconstrucción de la memoria y la vida a estas dos ciudades, a la manera de su arte, a la manera de obra, de su vida. No sin dificultades. Ayer mismo, cuando hablábamos de todo esto, me confesaba que lo peor de su trabajo es “venderlo”, explicarlo a los colaboradores necesarios. Estaba cansada ayer Anita. Explicarlo aquí, conseguir complicidades y ayudas, le estaba resultado demasiado fatigoso. Más difícil y fatigoso que con los directores de los grandes museos, los galeristas y alcalde de Nueva York, por ejemplo.

 

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