Vascos en el mundo

¿Estamos los vascos obsesionados con nuestra vasquidad?

Una buena amiga mía española, que sigue mi trabajo, leyó ayer este blog; era mi primer posting y a modo de presentación hablé de cómo ven en Euskadi a los vascos de la diáspora y como éstos ven Euskadi. Mi amiga me envió un e-mail en el que me decía que le parecía que estaba bien escrito pero que era “como muy vasco todo el rato”.
En una conversación telefónica posterior me comentó que le había dado un poco de pena que escribiera de la diáspora y de los vascos y que ella, a pesar de tenerme a mí como referencia de vasco, tenía la misma imagen de los vascos que cuando era pequeña, es decir que su imagen del vasco es la de un hombre con boina y jugando a la petanca. Reconocía, eso sí, que podía estar “intoxicada”.

  

A mí me hizo gracia el comentario y le dije que quizás tuviera una imagen de los vascos un tanto anclada en el pasado, aunque yo no recuerdo precisamente a los viejillos de nuestro país jugando a la petanca.
 

Sus palabras me han hecho reflexionar y, sin ánimo ni intención de emular a Carrie Bradshaw, la columnista de la serie ”Sexo en Nueva York” (Sex in the City, en el original), me pregunto ¿Estamos los vascos obsesionados con nuestra vasquidad?.

Estoy cansado de escuchar que los nacionalismos (para los otros los de los demás, nunca el suyo) se curan viajando. Yo llevo 13 años fuera de Euskadi y desde siempre, una de mis mayores aficiones ha sido viajar; viajar con los ojos abiertos, hablando en voz baja, sin molestar, sin llamar la atención, observando respetuosamente a otras gentes, otras culturas, intentando siempre aprender y sacar lo bueno de cada una de ellas. Y aún así me siento cada día más nacionalista, no me siento ni mejor ni peor que ningún otro pueblo pero sí orgulloso de mi origen, sin despreciar a nadie, ni siquiera al que me desprecia por mi origen o mi ideología.

De soltera, mi madre que nació en Etxarri de Etxauri, decía con orgullo que era vasca cuando iba a Madrid y mi tío Ricardo, quien durante años se recorrió toda Pamplona en su silla de ruedas, contaba el chiste del andaluz que contaba aquello de “dezde que eztoy en Pamplona ze me eztá poniendo un acento vasco…”.  Entonces no se hablaba de política como ahora, la política todavía no lo contaminaba todo, como ocurre hoy.

En más de una ocasión, me han preguntado que qué es para mí ser vasco. No tengo la respuesta del millón y si alguien la tiene, que por favor me la diga. Para mí ser vasco es algo muy importante, pero muy difícil de explicar. Es lo que soy, es quien soy, como lo es el hecho de que soy hombre y soy alto y flaco y ando un poco agachado, pero no le doy demasiadas vueltas aunque lo considere una auténtica suerte: ser parte de un pueblo milenario, con un idioma antiquísimo, con una tradición arraigada. Por supuesto que hay aspectos negativos, faltaría más, y que tenemos muchos asuntos por resolver, eso es algo que a nadie se le escapa.

No me considero menos vasco que Aitor o Mikel por llamarme Luis, o por no llevar puesta una txapela (me queda fatal para qué nos vamos a engañar) o un lauburu colgado al cuello, por no hablar euskera o por no vivir en Oronotz Mugaire, en Ea o en Astigarraga.

Esos viajes por medio mundo me han servido para darme cuenta de que todos los pueblos están obsesionados con su nacionalidad (los franceses, los ingleses, los checos, los italianos…) y orgullosos de ella. Y no hablemos ya de los estadounidenses…

Mi amiga me decía que, en este blog, tengo que hablar de Nueva York puesto que vivo aquí y que puedo contar muchas cosas porque soy “muy fashion y muy cool” (es curioso cómo le perciben a veces a uno los demás). Hablaré de Nueva York, por supuesto, ya que ni aunque quisiera podría estar todo el día hablando de lo vasco y espero que ella me siga leyendo, con la esperanza de que, dentro de un tiempo, cambie de oipinión.

Los domingos en Iruña, los abuelos van muy elegantes vestidos de traje y corbata y con la txapela muy bien puesta y no por ello están obsesionados. Si hay quien la quiere llevar metida hasta las cejas, como lo hacen en Nueva York, es su problema.